Ayer a pensar me puse en componer una oda para ti, solitario olmo alcarreño, portador de mil atributos dignos de ser ensalzados, pero mi humilde pluma no fue capaz de rimarla, ni siquiera acompasar un sencillo soneto. Mereces la misma gloria que otro olmo soriano, que a pesar de haber sido su cuerpo hendido por un rayo y tener la mitad de su tronco seco, sobrevive gracias a un celebérrimo poema que le hizo inmortal.
Desesperada de emborronar hojas, y más hojas, sin un sencillo pareado, a punto estuve de tirar la toalla, cayendo de lleno en la frustración más absoluta. Las Musas estaban de vacaciones y la deseada inspiración no llegaba nunca, pero quizá iluminada por Minerva, recordé que existen más artes que las ilustres letras, y cediendo a la evidencia de la osadía primera, abandoné la idea de tejer y destejer el abecedario entero, sin nunca alcanzar el objetivo. Así pues, un poco más humilde y menos pretenciosa, en vez de emular a grandes poetas, me dispuse a cambiar pluma por pincel, e inmortalizarte en un lienzo.
Hoy clavo el caballete frente a ti, y bajo el cobijo de tu sombra, a su tela te voy transportando, poco a poco, pincelada tras pincelada, antes que la cruel enfermedad que te amenaza te cercene las ramas y el robusto tronco. Los eruditos biólogos aseguran que es la grafiosis la que está acabando con tu vida, pero yo tengo otra opinión, mi diagnosis difiere un poco, porque observándote verano, tras verano, intuyo que de lo que estás muriendo es de melancolía.
Melancolía, porque sientes la ausencia de las coronadas abubillas que un día se fueron y no volvieron. Ellas te alegraban la vista con sus coloridos penachos, florida diadema, que lucían las graciosas avecillas. Ahora te sientes triste porque sus abanicos listados en blanco y negro ya no revolotean sobre tus ramas vacías. Melancólico por no escuchar el reclamo de sus voces. Ellas también van despoblando el cielo por donde pasan, los nidos dejan ausentes, como los vecinos que has visto ir abandonando poco a poco sus casas, despoblando su hogar, despedazando el pueblo.
Posas ante mí, modelo triste, casi postrado, cercado por un cinturón pétreo que te oprime como nudo gordiano. Más que sujetarte te amordazan estas piedras calcáreas, que como un apretado corsé rodean a tu cintura, impidiendo a tus raíces expandirse. Ya no te abrazan, como antaño, en las calurosas y largas tardes de estío, los brazos de los chiquillos, con sus inocentes juegos. Hoy son escalones los que te circundan, donde se sientan, sin jugar, los pocos niños que restan, y algún que otro anciano a descansar, que, como tú, a duras penas sobrevive a la soledad y al despoblamiento.
Pinto un vacío asiento, que sirvió hace tiempo para descanso del pastor al caer la tarde, testigo mudo de secretos de enamorados, o atrevidos chismorreos contados al oído por las mocitas bubillas. ¡Ay, quién pudiera pintar sentimientos!, demostrar con colores lo útil que ha sido tu existencia y plasmarla en la tela. A ti, que como fiel Cancerbero vigilas la entrada del pueblo, dando la bienvenida al forastero, a ti voy a retratarte en el lienzo, pintando a tus espaldas un aprisco de ovejas vacío, algo más alejado, un Campo Santo, lleno. De un lado una era, que nadie sabe ya de quien era, y en unos tonos más difuminados una Peña Alkateña, compañera de otra gemela que desde mi ángulo no alcanzo a divisar, pero presiento que tristes también están ellas, porque ya no son torre vigía, y además les han salido una réplica que por las noches parpadea.
Antes que un ejército de escarabajos, portadores del maléfico hongo que, según los biólogos, acabará con tu vida, antes que esos diminutos insectos trepando por tu tronco, propagando la devastadora enfermedad, te sequen el tronco y te quiten la vida, me apresuro mezclando en mi paleta, tonos ocres, marrones, siena…todos colores de mi tierra, para acabar con mi obra, antes que acaben con tu vida.
Olmo agónico, reliquia de mi pueblo, retoñarás sobre el fértil lienzo, porque los colores de mi paleta son la savia nueva que necesitas para seguir viviendo. Te cuelgo en mi pared, algo más orgullosa con el resultado de los frutos del pincel, que con el intento del fracasado verso, para que luzcas como ilustre árbol genealógico, ya que cada una de tus insignes ramas harán que no me olvide de mis ancestros. Ahora vives conmigo, inmortalizado en un óleo, oda de colores, y para que no envidies al olmo de Machado, he colgado el cuadro junto a mi ventana, encaramado hacía las aguas del Duero.
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