Por descuido rompió la taza que tanto amaba, aquella en la que el café sabia más dulce, en la que alargaba los sorbos de té.
Bebió en vasijas nuevas, sofisticadas, que prometían aromas a paraísos soñados.
Se rindió a la atracción de edenes prometidos. Disfrutó del primer sorbo pero descubrió demasiado tarde que el sabor prometido era irreal, inexistente.
Añoraba su amada taza, aquella que estuvo siempre en los buenos y malos momentos, a la que contaba proyectos y lloraba penas.
Le aviene la culpa. Pretendió recomponer las piezas de loza quebrada. ¡Lo consiguió! pero siempre sería una taza rota.
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