Theodoro Elssaca[1] publica este libro, Tribu de la palabra, por un motivo emblemático: celebrar los cuarenta años de su literatura (1983-2023). ¿Qué entendemos por un libro? Un ejemplar literario, científico, artístico o de otra índole con extensión suficiente para constituir un volumen o una publicación unitaria, en cualquier soporte susceptible de lectura. ¿Y a qué llamamos literatura? A la práctica de la escritura.
Tribu de la palabra fue concebido como un campo visual poético, como un espacio de goce intelectual y anímico, como un soporte bello de la comunicación, como un divertimento elegante, que abre y cierra con una narrativa iconográfica. Está dividido en una obertura y catorce movimientos; esto nos habla de una intención musical: son 312 páginas de poesía en papel Bond ahuesado de 80 gr, diseñadas y diagramadas por Henry Chicago-Mancilla, con tipografía Cambria, caligrafía manuscrita, caligramas y una fotografía intervenida en la portada, cuyo efecto tridimensional realza la expresión dramático-mística de un rostro, intensa y sugerente. Las fotografías e imágenes interiores son en blanco y negro; revelan el ojo mágico y la mano del autor: fotógrafo-poeta-artista visual-explorador-viajero-promotor cultural y más (léase la reseña personal en la página 304).
Apenas recibí el ejemplar de regalo con un caligrama como valor agregado, observé el libro con curiosidad, lo hojeé y escribí una nota al autor: “Tribu de la palabra linda con lo quimérico. Es entretenido y gracioso (no chistoso, que quede claro). Está pleno de suertes o trucos imaginativos, cada página es una sorpresa que rompe los estándares de la impresión. Se me hace un indicador bastante franco de tu locura creativa. Nunca había tenido en mis manos algo así entintado”.
El contenido grafo-pictórico lo atraviesa todo. Estamos en presencia de dos tipos de mensajes, no en el sentido que propone Marshall MacLuhan, que “el medio es el mensaje”, porque aquí el medio es la imprenta. Queremos denotar que la forma de este libro, por sí misma, dice al lector: mírame y diviértete porque este es un juego; y el contenido le dice: léeme y disfruta esta “pasión sin pausa” (lema acuñado por Elssaca), “el mundo está lleno de dioses”, o algo así. Tenemos entonces un recurso relevante que apela a la curiosidad y el disfrute del observador-lector, y un recurso narrativo, el discurso poético como tal, ora una ofrenda, ora una conversación, ora una música.
Si acaso se mira cerrado, es un libro, pero una vez abierto, aparece otra cosa. Cuando lo sostuve por primera y quise leer el caligrama-dedicatoria de mi amigo, comencé a rotarlo y rotarlo, y me dije: Mejor lo pongo sobre la mesa y doy vueltas alrededor. No paraba de reírme.
En su interior destaca enseguida la transversalidad de un texto poético paralelo, independiente del cuerpo de la narrativa, ondulante, delirante, hermoso, en el que llama de pronto la atención un par de palabras simbióticas: “viejoven” y “esdrujulario”; esta referencia es para decir que también hay invención (art inveniendi) en el lenguaje.
La obra tiene un marcado sentido cosmogónico, relatos míticos sobre el origen y la
composición de la tribu de Theodoro Elssaca. Primero, claro, el génesis. Se abre la primera solapa y comienza a jugar:
“desde las primeras notas
en lejanas bitácoras de viaje
albores del recorrido
busco la primera palabra
música y danza primaveral
de la poesía”
Luego evoca a un inmenso mosaico de creadores, desde Tales de Mileto, pasando por Cervantes, Vicente Huidobro, Marta Colvin, sin duda, Gonzalo Rojas, hasta llegar a Nicanor Parra, el antipoeta. ¿Es mucho abarcar? Es la extensión íntima de Theodoro que sigue a su pléyade gloriosa, entre ellos están Mozart, Shakespeare, Leonardo, Garcilaso, Cézanne, en fin. Porque “en la Tribu de la palabra habita un millar de voces”.
Es la manera también como el autor y el hombre rinden tributo a los personajes que
conforman su mitología, según se lee en la “Cofradía de los poetas” (pág. 60), poema dedicado al gran Gastón Soublette, filósofo y musicólogo chileno, reconocido por su vida en defensa de los
marginados:
“Paso tenaz sube la montaña
sobre sus sienes argentadas
rasgan el aire en vuelo solemne
los cóndores.
Recogemos la leña para la ceremonia
ancestral del té, en aguas del manantial.
La cuchara de plata del vapor amazónico
zumba magnética “ting” en los tachos de metal.
El algarrobo milenario estaba aquí
cuando los incas trazaron
su camino de Chasquis.
Bajo su majestad la meditación nos envuelve,
aura andina
necesaria para continuar la senda,
Melodías espíritu de la quena
interpretando el camino del Zen
repetidas por siglos
en su recóndito eco
por el farellón rojo.
Quilapilún, sabio maestro de la estirpe
“poder escuchar lo que nadie escucha”
virtud chamánica de las tres orejas…”
…Y dejemos hasta aquí este homenaje místico, respetuoso de la “montaña unión con los dioses”, como expresa el propio poeta Elssaca.
El artista escribe con la tinta y con la luz. La lente, un tercer ojo, tiene como propósito escrutar lo humano para interpretar la belleza de lo desconocido. La curiosidad antropológica siempre está presente en su visión. Cada uno de los movimientos de este libro abre con una ceremonia, un rostro, una representación, un personaje en su objetivo.
En “Canto y tierra”, el undécimo movimiento, encontramos algo extraordinario: su poema “Círculo Polar” o “Polar Circle”, que la NASA enviará en versión bilingüe en una cápsula, en su próxima misión a la Luna (p. 234). Fue seleccionado y premiado por un jurado internacional para la edición del proyecto The Polaris Trilogy, a fin de “poner en relieve el arte y la creación humana en su máxima expresión” (p. 235). También se puede encontrar publicado en el libro homónimo en Amazon. Y en forma de música en Spotify, Google Play Music, Tidal, Apple Music y otras y también en versión video (en forma de magníficos poemas visuales) en Youtube.
Son múltiples y diversos los escenarios que nos presenta Theodoro, siempre con una lírica de altura, meticulosa, siempre con la palabra bien cuidada y a la medida: “genio desquiciado/poeta maldito”, escribe por l’enfant terrible, Rimbaud; “músico del alma”, por su hijo Alexander; “estirpe babilónica” por Samia, su pareja; “poesía peregrina/arrancada de cuajo”, por Rafael Alberti; “está oscuro/ pero canto”, por Thiago de Mello…y así, prontas, largas y diversas son las travesías de sus afectos y la cultura, tan cercanas a la humanidad y la naturaleza como a las divinidades. En mi lectura, la poesía es un vehículo privilegiado e inefable para conversar con ellas. Si alguien desea acercárseles, pídaselo al poeta.
Ciudad de México
invierno de 2024
Celebración de la poesía, por Juan Eduardo Esquivel
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