· 

El Archivo Imborrable. Libertad González

 

En el año 2157, la mente humana ya no es un misterio impenetrable. 

La neurociencia ha avanzado hasta el punto de poder escanear cada pensamiento, cada emoción, cada recuerdo, como si fueran simples líneas de código en una computadora. Los doctores son ahora algo más que sanadores; son programadores de cerebros. Cualquier obsesión, trauma o manía puede ser corregido con la precisión de una cirugía, utilizando tratamientos que actúan como antivirus en el sistema operativo de la mente. La felicidad, el bienestar y la estabilidad emocional son accesibles con una simple prescripción médica.

En esta época, las emociones negativas se pueden incubar como archivos corrompidos. Y cuando se vuelven insoportables, la gente acude a los médicos con la misma naturalidad con la que se va por un resfriado. Tomar una pastilla puede borrar los recuerdos dolorosos. Unos días de tratamiento y los pensamientos obsesivos desaparecerán, dejando la mente fresca, limpia. Pero a veces, incluso la tecnología más avanzada encuentra límites.

 

1ª Parte

El conflicto de Laura
Laura había intentado olvidar. Había intentado reprogramar su mente para que dejara de pensar en lo que su esposo le había hecho. Había descubierto hacía unos meses, una infidelidad de él de años atrás y esto había sacudido su vida y puesto patas arriba. A pesar de las disculpas, del arrepentimiento de su esposo, de la separación,  del esfuerzo conjunto por seguir adelante, el archivo de la traición seguía alojado en su mente, como un virus que no podía eliminar. Al principio, creyó que era cuestión de tiempo. "Con los días pasará", se decía. Pero el maldito archivo se resistía. Aparecía cuando menos lo esperaba: en medio de una conversación casual, al despertarse junto a él, al preparar el café de la mañana, en los besos, en los abrazos. Todo, absolutamente todo, volvía a ese momento. A esa traición.

Después de varios meses intentando manejar la situación por sí misma, Laura, que nunca había sido mujer de visitar hospitales ni tomar medicinas, finalmente decidió acudir al doctor. Las visitas al médico le resultaban incómodas, y la idea de depender de una pastilla para sentirse mejor chocaba con su naturaleza. Sin embargo, la ansiedad y el dolor se estaban volviendo tan insufribles que no le quedó otra opción. Era hora de limpiar el archivo corrompido, de restaurar su mente.

Ya había personas que lo habían hecho antes; era un procedimiento rutinario. Laura esperaba que en unas semanas todo volviera a la normalidad. Pero la realidad sería muy distinta.

El tratamiento

El doctor, un hombre de rostro frio y ojos calculadores, la escuchó pacientemente. "Archivo corrompido por traición", leyó en el escáner mental, como si estuviera revisando el historial de un sistema dañado. Le recetó sobres efervescentes que debía tomar tres veces al día, durante 21 días. 

 

—Esto debería solucionarlo, —le aseguró con confianza. —Borrará los rastros del archivo corrompido y podrás seguir adelante.

Laura salió de la consulta con nuevas esperanzas. Durante los primeros días, creyó que todo iba mejor. Su mente parecía más clara, los pensamientos dolorosos aparecían con menos frecuencia. Pero al llegar el vigésimo primer día, el archivo seguía ahí, escondido en las sombras de su mente, esperando el momento para atacar.

De vuelta al doctor, más angustiada que antes, le informó del fracaso del tratamiento. Él la miró con una mezcla de sorpresa y desconcierto. 

 

—Esto no pasa muy a menudo, —le dijo. —Tendremos que intentar algo más fuerte. 

 

Le recetó inyecciones diarias, un tratamiento más invasivo, que atacaría el archivo directamente en las capas más profundas de su mente. Laura, desesperada, accedió. 

Laura se inyectaba el tratamiento cada día conforme le había indicado el doctor. Sentía como el líquido recorría su cuerpo mientras cerraba los ojos con la esperanza de que esa fuera la dosis que lo arreglaría todo. Al principio, notaba algo de alivio. Los recuerdos y pensamientos dolorosos se disipaban un poco, como si estuvieran siendo borrados lentamente. Pero esa calma no duraba. Al final, sin previo aviso, las imágenes volvían a su mente: su esposo entregado a esa mujer, su complicidad con ella, sus mensajes íntimos, sus secretos, la humillación y el vacío en su pecho al descubrir la verdad.

Aunque él intentaba ser comprensivo, aunque se disculpaba en silencio con cada gesto amable, ella no podía evitar que el archivo malicioso se activara. Era como si una alerta en su cerebro la empujara a recordarlo una y otra vez. Su voz interna repetía: "Me traicionó. Me engañó. No soy suficiente para él."

La rabia y la tristeza crecían en ella como una sombra que no podía controlar. A veces se despertaba en mitad de la noche, agitada, buscando en su mente alguna razón lógica para seguir confiando en su esposo, pero el virus volvía a activar esos recuerdos dolorosos que lo estaba distorsionando todo: no podía confiar en él, no podía amarlo, no podía seguir viviendo con esa sensación de estar rota por dentro.

Parecía que nada funcionaba, y su desesperación solo aumentaba.

"¿Por qué no puedo olvidar?", se repetía una y otra vez. "Si la tecnología es tan avanzada, ¿por qué mi mente se resiste?"

Cada día que pasaba, Laura se volvía más distante. La relación con su esposo también había empeorado. Aunque él no lo decía abiertamente, Laura podía ver en sus ojos la frustración. "¿Cómo es posible que todavía no lo hayas superado?", parecía preguntarle sin palabras. Pero no era su elección. El archivo estaba ahí, como un software rebelde que ninguna pastilla o inyección parecía poder desinstalar. Su esposo, consciente del dolor que había causado, se encontraba impotente, observando cómo Laura se desmoronaba frente a él.

 

Después de una semana de tratamiento, Laura ya no podía más. Volvió al consultorio, pero esta vez no con esperanza, sino con rabia.

—El tratamiento no está funcionando —dijo con voz temblorosa, mientras el doctor la recibía con una mezcla de preocupación y curiosidad.

—Esto es inusual —replicó el médico, revisando su historial y los resultados del escáner cerebral más reciente—. El archivo está en una ubicación difícil de tratar, pero no imposible. Quizá el virus es más resistente de lo que esperábamos.

Laura lo miraba incrédula. Todo en este mundo parecía tener una solución técnica, pero el dolor emocional que cargaba era más fuerte que cualquier medicina. Las palabras del doctor no la tranquilizaban; al contrario, le hacían sentir que había algo fundamentalmente roto en ella, algo que ni la ciencia más avanzada podía arreglar.

—¿Y ahora qué? —preguntó llena de desesperación.

—Lo que propongo es derivarte a un especialista —respondió el médico—. Necesitamos realizar pruebas más profundas. Tal vez sea un archivo anclado en una región de tu cerebro más difícil de acceder. Será necesario hacer más estudios, escáneres avanzados, resonancias. No puedo asegurarte que será fácil, pero tenemos que ir descartando posibilidades hasta dar con la raíz del problema.

Laura asintió, sintiendo que esa esperanza lejana se escapaba más y más de sus manos. Sabía que su situación no era normal, pero algo en su interior temía que quizás no hubiera solución.

 

El archivo imborrable

Días después, Laura fue citada a una clínica especializada en neurotecnología avanzada. Allí, los médicos le realizaron una serie de pruebas: escáneres cerebrales en tres dimensiones, resonancias y análisis de actividad neuronal. Era un proceso frío, despersonalizado; sentía que su mente era tratada como un simple sistema dañado, como si las emociones que la abrumaban fueran solo datos mal almacenados que necesitaban ser borrados.

Al final del proceso, el jefe del equipo médico, un hombre de mirada aguda y tono neutro, ante un dispositivo holográfico frente a ella que mostraba el mapa tridimensional de su cerebro, le informó.

—Aquí está el problema —dijo el especialista, señalando una pequeña región iluminada—. El archivo malicioso se ha instalado en una sección muy profunda de tu cerebro, una zona delicada vinculada a tu memoria emocional más arraigada. No podemos acceder a esa área sin poner en riesgo otras funciones importantes. En términos simples, no podemos borrar ese archivo sin afectar gran parte de tu identidad emocional.

Laura lo miró sin comprender del todo, el aire que entraba en sus pulmones se volvió más denso.

—Entonces… ¿qué significa eso? —preguntó, aunque temía la respuesta.

—Tienes dos opciones —dijo el doctor—. La primera es continuar con tratamientos paliativos. Podemos intentar controlar los síntomas con medicamentos, asegurándonos de que el archivo no se expanda ni interfiera más de lo necesario en tu vida diaria. Sin embargo, nunca podremos eliminarlo del todo. Estarías obligada a vivir con este peso, pero podrías llevar una vida relativamente normal con el control adecuado. Eso sí, siempre existe el riesgo de que en momentos de estrés o vulnerabilidad, el archivo se active de nuevo, como lo ha hecho hasta ahora.

Laura sentía que un muro se erigía frente a ella. Esta no era la solución que había esperado.

—Y la segunda opción… —prosiguió el especialista— es más drástica. Podemos formatear tu cerebro por completo. Esto eliminaría el archivo corrompido, pero también todos tus recuerdos, todas tus experiencias, todo lo que eres. Sería como reiniciar una computadora. Perderías absolutamente todo, y tu cerebro se convertiría en una hoja en blanco. En esencia, serías una persona nueva.

 

Laura sintió un nudo en el estómago. Ambas opciones eran aterradoras. Vivir con el dolor de la traición por el resto de su vida, siempre atenta a que el virus malicioso volviera a dominarla, no le parecía una vida plena. Pero la idea de perderlo todo, de borrar incluso los momentos felices que había compartido con su esposo, de olvidar a su familia, sus amigos, su vida entera, era igual de aterradora.

—Esas son las opciones que tenemos, Laura —dijo el especialista—. No hay una solución fácil, pero ambas son viables, y muchas personas han optado por el formateo cerebral cuando el dolor es insoportable. Es una decisión muy personal.

Laura salió de la clínica sintiéndose aún más confundida que antes. ¿Cómo podía elegir entre conservar una vida que ya no soportaba o perder completamente su identidad? Estaba rota, atrapada entre dos realidades igualmente dolorosas.

Esa noche, Laura se sentó junto a su esposo en el sofá del salón.

 

—Tenemos que hablar —le dijo. El silencio entre ellos era palpable, cargado de todo lo que no habían dicho durante las últimas semanas.

—Me dieron dos opciones —dijo finalmente, rompiendo el silencio—Ninguna de ellas es fácil. Puedo seguir viviendo así, con esto dentro de mí, como una enfermedad crónica que nunca se irá del todo. O puedo borrar todo. No solo el dolor. Todo. A ti, a nosotros… todo.

Su esposo con ojos de tristeza, bajo la mirada. Sabía que él era el responsable de que ella estuviera en esta situación, pero también sabía que no podía hacer nada para cambiar el pasado. Se levantó lentamente, caminó hacia ella y le tomó las manos.

—Decidas lo que decidas, estaré contigo. Aunque eso signifique que me olvides para siempre —le dijo en voz baja, intentando contener las lágrimas.

Pero Laura no podía decidir. No todavía. Lo único que sabía es que, pasara lo que pasara, su vida nunca volvería a ser la misma.

 

 

2ª Parte

La decisión de Laura

Los días siguientes, Laura vivió en un estado de limbo. Caminaba por la casa con la mirada perdida, miraba las fotos, los pequeños recuerdos que había acumulado a lo largo de los años. Todo parecía distante, como si ya no le perteneciera. Las imágenes del pasado se mezclaban con los sentimientos corrosivos que la obsesionaban, y la línea entre el amor y el resentimiento se había vuelto difusa.

Intentó imaginarse a sí misma sin esos recuerdos, sin ese dolor, pero también sin las risas, sin los momentos felices que una vez compartió con su esposo. Pensó en lo que implicaba perderlo todo: los primeros encuentros, los viajes juntos, las noches bajo las estrellas, la intimidad y el amor al entrelazar las manos, la calidez de los abrazo y besos,  pero también la humillación, el resentimiento y el dolor agudo que seguía palpitando en su pecho. Todo se iría. Sería como borrar su existencia y comenzar de nuevo.

Su esposo, observando su lucha interna, intentaba no presionarla. Sabía que no podía influir en la decisión. El futuro de ambos estaba en manos de Laura, y la paciencia era su único recurso. Sin embargo, en la intimidad de su soledad, él lloraba en silencio, temiendo que la mujer que amaba desapareciera para siempre.

Finalmente, después de muchos días de reflexión y noches sin dormir, Laura tomó su decisión. Sentía que su mente había llegado al límite, que ya no podía continuar cargando con el peso de la traición y el resentimiento. El archivo virulento había envenenado cada aspecto de su vida, y si bien el formateo implicaba un sacrificio inmenso, también ofrecía algo que anhelaba desesperadamente: paz mental.

Decidió volver al especialista.

La clínica parecía más fría ese día, o quizá era su percepción, cargada de una mezcla de miedo y resignación. Laura caminaba como si estuviera dirigiéndose a su propio final, aunque en su mente intentaba convencerse de que era un nuevo comienzo. El procedimiento sería rápido, casi indoloro, le dijeron. Una vez realizado el formateo, su cerebro sería reconfigurado, sus recuerdos borrados, y tendría la oportunidad de vivir nuevamente, sin el peso del pasado.

Sentada en la camilla, el especialista le dio las últimas instrucciones.

—Una vez que se complete el proceso, no recordarás absolutamente nada. Será como si despertaras por primera vez. No habrá dolor, ni recuerdos. Pero tampoco quedará rastro de quién eras —le dijo con una calma que a Laura le resultaba casi inhumana.

Su esposo estaba a su lado, más silencioso que nunca. Sabía que cuando Laura abriera los ojos después del formateo, él sería un completo extraño para ella. No habría espacio para el arrepentimiento, ni para el perdón. Solo el vacío.

—¿Estás segura? —le preguntó, con una última chispa de esperanza en su voz.

Laura lo miró a los ojos, y por primera vez en semanas, sintió que algo dentro de ella se relajaba. No era exactamente alivio, pero era una aceptación de lo inevitable.

—No puedo seguir así. Lo siento —susurró.

Entonces, se recostó en la camilla y cerró los ojos.

El formateo

Cuando Laura despertó, no había tormentas en su mente. No había archivos corrompidos, no había traición, ni dolor. El vacío era absoluto. Era una hoja en blanco, tal como le habían prometido. Abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz suave que llenaba la sala. 

Frente a ella, un hombre estaba sentado, observándola con un semblante serio y agotado, pero también con algo de esperanza en sus ojos. Laura lo miró, pero no sintió nada. No lo conocía, no había conexión emocional ni recuerdos que la vincularan a él. Él sonrió débilmente, como si esperara que ella lo reconociera, pero al ver que no había respuesta, su sonrisa se desvaneció.

—Hola —dijo Laura, su voz calmada pero vacía. No había miedo, solo curiosidad.

El hombre titubeó antes de responder.

—Hola… —repitió él, casi como si no supiera qué más decir.

El silencio que siguió fue denso, cargado con todo lo que él sabía y ella jamás sabría. En ese momento, su esposo comprendió que la mujer que amaba ya no estaba. Lo que estaba frente a él era una nueva Laura, una que no tenía pasado, ni recuerdos, ni los fantasmas de la traición. Para él, fue una pérdida irremediable. Pero para Laura, era un nuevo inicio, aunque no entendía el peso de lo que había dejado atrás.

Laura fue dada de alta al día siguiente. Su esposo la acompañó a casa, aunque para ella, ese lugar era tan desconocido como él. Todo era nuevo para ella. No había recuerdos que conectaran nada de lo que veía con una vida anterior. Sus emociones estaban en blanco, y aunque veía algo de tristeza en los ojos de su esposo, no comprendía por qué. Para ella, la vida era simple, sin el ruido de la traición ni la carga de los recuerdos dolorosos.

—Tendrás que volver a aprender muchas cosas —le explicó su esposo con paciencia—. Pero lo haremos juntos, lo prometo.

Laura asintió, sin saber si debía sentir esperanza o algo más. No tenía nada con qué comparar su situación. Todo lo que sabía es que ya no sentía el dolor que había invadido su mente. Y quizás, eso era lo único que importaba.

A medida que los días pasaban, su esposo intentó reconstruir lo que una vez fueron. Pero cada gesto, cada palabra, era para ella una primera vez. El formateo había funcionado. El archivo estaba eliminado. Pero con él, también desaparecieron todos los lazos que los unían.

Laura, ahora libre del archivo maligno, comenzó una vida nueva sin cicatrices. Aunque el hombre que la acompañaba cargaba con el peso del pasado, ella vivía en el presente, sin saber que había perdido mucho más que solo el dolor.

 

Amigo lector: ¿Qué decisión habrías tomarías tú? ¿Crees que mereció la pena?

 

El archivo imborrable relato incluido en el libro Cualquier parecido con la Realidad. Treinta y cinco relatos entre lo cotidiano y lo insólito

 

Libertad González

Graduada en Magisterio para Educación Primaria, Filología Inglesa y Actividad Física y Deporte. En la actualidad ejerce como diseñadora gráfica y guía de montaña. Amante de la lectura y pasión por la Montaña, por lo que la Literatura y Naturaleza son mundos que se complementan. Ha descrito con todo detalle más de 300 rutas senderistas y de montaña, publicado en su blog https://sendasconlibertad.blogspot.com/ y plataforma digital wikiloc/LibertadGonzalez

Coeditora y colaboradora de la revista De Sur a Sur Poesía y Artes Literaria en la que participa activamente con artículos Editoriales, artículos dedicados el senderismo poético, relatos, poemas, corrección de textos y diseño para De Sur a Sur Ediciones. 

Autora de:
Cualquier parecido con la Realidad, libro de relatos. Poemario Los Pasos Desnudos. Instantes, libro de Haiku.

Presente en varias antologías y publicaciones.

 

 

Escribir comentario

Comentarios: 0