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El Desorejado Hoichi, por Antonio Duque Lara

Sinopsis

 

El cuento narra la historia de Hoichi, un talentoso músico ciego que es poseído por el espíritu de un guerrero samurái muerto durante la batalla ancestral de Dan-no-ura. Hoichi es arrastrado cada noche al cementerio para tocar su biwa y contar la trágica historia de la batalla. Sin embargo, su cuerpo sufre mientras su espíritu está ausente. El Superior del templo finalmente descubre la posesión y lo protege escribiendo sutras en su cuerpo. Aunque Hoichi se cura, su fama como músico crece y se vuelve rico.

I La derrota de Heike

Hace unos setecientos años, tras largo tiempo de lucha, se enfrentaron, en decisiva batalla, Genji y Heike, en Dan—no—ura en el estrecho de Shimonoseki.  En esta batalla murieron todos los partidarios de Heike, incluyendo mujeres y niños, que no pudieron huir.

En esta batalla Niinotsubone, la esposa de Taira no Kiyomori, también abuela del emperador Antoku, murió hundida en la mar abrazada al pequeño. Esta historia es especialmente famosa por su tristeza.

Desde entonces se dice que aparecen con frecuencia los espectros de la familia Heike en las costas de aquella zona y en el mar de Dan-no-ura.

En las noches oscuras, innumerables y misteriosas bolas de fuego flotan en las costas y sobre las olas; los atemorizados pescadores les llaman:" Fuego del demonio “(Fuegos fatuos).

También en los días de fuerte viento, llegan desde alta mar, montados en las alas de Eolo, indefinibles y desagradables gritos de persona que parecen gritos de batalla. También aparecen los espectros junto a los barcos que cruzan por alta mar y los zarandean, e incluso los hunden. Además, si, como esperan, nada alguien, lo arrastran hasta el fondo del mar.

En esa época, parece ser que el odio de los espectros de los Heike era muy fuerte. Desde entonces, en aquel mar, empezaron a aparecer de repente cangrejos con formas extrañas.

Los caparazones de los cangrejos parecían rostros de persona. 

La gente decía que el odio de la familia Heike se reflejaba en el caparazón de los cangrejos y empezó a llamarlos “Cangrejos Heike".

Para rezar por la paz del alma de los Heike, al poco tiempo, se construyó el templo de Amida, en Akamagaseki (el actual Shimonoseki). También se levantó cerca del templo un cementerio, donde se colocaron muchas tumbas, grabadas con los nombres del emperador Antoku, muerto en el mar, abrazado a Niinotsubone, y de los principales vasallos. Cada año, en un día determinado, se celebra allí una ceremonia religiosa budista.

Después de levantar el templo y construir las tumbas, los espectros de los Heike no molestaron como antes. Sin embargo, a veces, hicieron cosas raras que atemorizaban a la gente. Posiblemente porque todavía sus almas no habían llegado a la perfección que los transforma en Buda.

 

II El joven tocador de biwa

Pues bien, hace no se sabe cuántos cientos de años, en Akamagaseki, vivía un muchacho ciego llarnado Hoichi. Hoichi, tocando la biwa y contando historias, era un gran experto, por lo que gozaba de una gran reputación. Desde niño había aprendido a tocar la biwa, y cuando llegó a mozo superó incluso a su maestro.

Al poco tiempo, tocar la biwa se convirtió en el verdadero oficio de este virtuoso. Su fuerte era la historia de Genji y Heike.

Todo el mundo, sin excepción, lloraba cuando la historia llegaba a la batalla de Dan—no—ura. Entonces corría el rumor de que incluso el horrible demonio también hubiera llorado si hubiese escuchado contar esa historia.

 

Antes de ser famoso, Hoichi, vivía muy pobremente. Pero afortunadamente había alguien que lo cuidaba, el Superior del templo de Amida. A éste le gustaba la poesía, las canciones y la música, y llamaba al templo a Hoichi y se divertía oyéndole tocar la biwa y contar historias. En este tiempo el Superior se enamoró del virtuosismo del todavía joven Hoichi y le pidió que se viniera a vivir al templo. Hoichi, agradecido, así lo hizo. A Hoichi le dieron una habitación del templo. No tenía que pagar nada por su estancia, a cambio sólo tenía que tocar la biwa cuando el Superior tuviera tiempo.

 

III Ante los Nobles

Una noche de verano, el Superior tuvo que salir del templo a orar ante alguien que había tenido una desgracia. El Superior se fue acompañado del mozo del templo y Hoichi se quedó al cuidado.

Era una noche calurosa y húmeda, por lo que Hoichi pensó tomar un rato el fresco y salió al corredor que daba al jardín donde en ese momento soplaba la brisa de la noche. Era un lugar muy apropiado para tomar el fresco, situado a la espalda del templo.

Mientras descansaba, para pasar el rato, pensó tocar la biwa, lo que empezó a hacer. Cuando se dio cuenta era pasada la medianoche. Sin embargo, el Superior aún no había regresado. En la habitación todavía hacía calor y Hoichi siguió, como antes, en el corredor. Al poco rato, desde la puerta trasera, se escuchó el sonido de los pasos de alguien que se acercaba. Alguien venía por el jardín y parecía acercarse hasta delante del corredor. El sonido de los pasos se paró justo delante de Hoichi. Só1o pensaba que pudiera ser el Superior del templo, pero se equivocó por completo. Parecía ser algún desconocido.

El tal desconocido,de repente, llamó a Hoichi por su nombre. Lo llamó con una voz indefiniblemente lúgubre, y, sin embargo, fuerte:

—¡Hoichi!

El tono de la llamada era tan descortés y engreído como si un superior estuviera llamando a un súbdito.

—¡Hoichi!

La sorpresa de Hoichi fue tan grande que no pudo responder inmediatamente. Lo volvió a llamar, pero esta vez el tono fue aún más violento.

—¡¡ Hoichi!!

—Sí... —contesto al fin Hoichi—Yo soy ciego y no sé, en absoluto, quién me puede estar llamando... —dijo Hoichi con voz temblona.

—No hay motivo para tener miedo —contestó entonces el desconocido con un tono sensiblemente más calmado.

—Hemos tomado aposento en un lugar cerca de este templo y he venido obedeciendo las órdenes de mi Señor. Mi Señor vino a Akamagaseki, es un Señor de muy alta categoría social y ahora se encuentra junto a numerosos vasallos importantes. Hoy han ido a ver el campo de batalla de Dan-no-ura. Mi Señor sabía desde hace mucho tiempo que tú tocas y cuentas maravillosamente, acompañado de tu biwa, la situación de la batalla, por lo que quiere escuchar sin falta esa historia. Coge esa vida y vámonos juntos a donde se encuentran esperando mi Señor y los demás Nobles.

Entonces era una época en la que no se podía discutir en absoluto la orden de un samurái. Hoichi, como la orden venía de un samurái, empuñó la biwa, se puso las alpargatas de paja y partió con el desconocido.

Aunque carente de vista, Hoichi podía andar; el samurái, yendo un paso delante de él, lo cogió de la mano y tiraba con todo cuidado. Anda que te anda iban rápido y sin descanso.

Hoichi iba cogido de la mano, pero la mano que lo cogía parecía de hierro, por lo que sentía frío. Marchaban a grandes pasos, y como el samurái parecía ir  vestido con la armadura, cada vez que daban un paso “ca..chan, ca..chan..”, levantaba un gran ruido.

—¡Ajá!, este hombre es un samurái al servicio de un gran Señor—pensó Hoichi. Entonces, poco a poco, la terrible sensación de desagrado que tenía empezó a desaparecer y una gran alegría se apoderó de todo su ser, como el que va camino de la felicidad. Todo porque se acordó de que el samurái le había dicho que su Señor era de una alta categoría social.

Hoichi, mientras iba andando, llegó a la conclusión de que el Señor que quería tanto escuchar su biwa era, sin duda un alto Señor feudal.

Cuando habían andado un rato, el samurái se paró en seco. Hoichi se dio cuenta de que habían llegado ante una gran puerta, pero le pareció extraño, ya que sabía muy bien que por aquellos contornos no había puertas que fueran tan grandes como la puerta del templo de Amida.

—Esto es algo muy extraño.

Cuando estaba pensando esto, el samurái levantó la voz:

—¡Abran la puerta! —Inmediatamente, dentro, se oyó el ruido de la tranca de las puertas y éstas se abrieron. Los dos pasaron la puerta de entrada y entraron al interior del recinto.

El interior parecía bastante espacioso. Al poco rato llegaron a las puertas del palacio. También allí el samurái volvió a levantar la voz:

—Oigan los de adentro, acabo de llegar acompañado de Hoichi—. Entonces, inmediatamente, desde dentro, llegó el sonido de una gran algarabía. Sonido de pasos apresurados, el abrir de las puertas corredizas, el sonido de contraventanas, la voz de las mujeres que hablaban. Por la forma de hablar de las mujeres, Hoichi comprendió que se trataba de personas que servían en una casa de muy alta categoría social. Sin embargo, estaba a oscuras sobre que palacio sería aquel. Todavía no había tenido tiempo de pensar en ello.

Hoichi, llevado por una mano apresurada, cuando había subido cinco o seis escalones, le dijeron que se descalzara las alpargatas de paja. La siguiente persona que lo llevó de la mano era una mujer. Lo llevaron a algún sitio por un corredor reluciente y resbaladizo. Dobló tantas columnas que no pudo llegar a contarlas. Y después de pasar por un   asombroso y espacioso lugar cubierto de tatamis, lo pasaron al centro de un gran salón.

Le hicieron sentarse e inmediatamente:

—¿Habrá sentada a mi alrededor gente importante? —se empezó a preguntar. Cada vez que gente tan importante se movía se levantaba un frufrú como de hojas de árbol murmurando sopladas por el viento.

Hoichi puso oído atento a las palabras que decía la gente en voz baja. Todas eran palabras que se utilizaban en el palacio.

—Bueno, ponte cómodo —le dijeron, y Hoichi se dio cuenta al fin que ante él tenía un cojín para que lo utilizara.

Cuando se sentó se tranquilizó y empezó a templar la biwa. Entonces le llegaron las palabras de una mujer. Por el tono de la voz, Hoichi pensó que se trataba de la anciana, que ejercía el control de las sirvientas.  La anciana le dijo:

—Bien, a partir de ahora cuéntanos, acompañado de la biwa, la historia de Heike. Ese es el deseo por el que se encuentra presente nuestro Señor.

Hoichi pensó que estaba en un aprieto, porque el cuento era tan largo que era imposible saber cuántas noches se tardarían en poder contarlo todo. Entonces, tal como había pensado, se atrevió a preguntar:

—La historia, para terminar de contarla toda se tardará mucho tiempo.  ¿Desea su Excelencia que cuente las escenas más de su agrado?   Entonces, la que parecía tener una voz de mujer anciana dijo:

—Cuéntanos la escena de la batalla de Dan —no—ura; es la más hermosa y también la más triste.

A partir de entonces, Hoichi alzó el tono de la voz y empezó a contar la terrible escena de la batalla. Inmediatamente empezó a describir con toda claridad cómo se luchó en la batalla de Dan —no—ura.

—"... El sonido del remar de los barcos..., el sonido de los barcos avanzando, rompiendo las olas..., el sonido de las flechas cortando el viento…, el terrible sonido de la batalla en cubierta., los gritos de la gente..., el sonido de las katanas golpeando los yelmos..., los restos de los heridos y muertos cayendo al agua. Todos estos sonidos arrancaron a la biwa de manera muy hábil.

Hoichi, mientras tocaba, no oía por todas partes sino palabras de alabanza.

—¿Cómo puede existir un virtuoso de la biwa así?

—En la ciudad, por ejemplo, no he oído tocar así la biwa.

—Por mucho que se busque, no habrá en Japón uno que toque como él.

Aquellas palabras de alabanza tranquilizaron completamente a Hoichi, que puso aún más alma en su tocar y en su narrar.

Todos los que estaban a su alrededor, sumergidos en un religioso silencio, escuchaban con el más profundo de los sentimientos.

Poco después, conforme la composición iba finalizando, los oyentes compasivamente, como se acercaba la hora de la muerte para las mujeres y los niños. Cuando llegó la escena en la que Niinotsubone, fuertemente abrazada al pequeño emperador Antoku, se lanza al mar desde el barco, los oyentes repitieron largamente sus lamentaciones y se afligieron grandemente.

Hoichi, al ver como la gente no dejaba de llorar y afligirse en tal manera, se llevó una gran sorpresa. Los sollozos después de prolongarse bastante tiempo, volvieron a su silencio anterior. Entonces, desde dentro del silencio, Hoichi escuchó a la mujer que parecía tener voz de anciana:

—¡Ah! Eres un excepcional virtuoso de la biwa, de los pocos que hay en este mundo. Anteriormente habíamos oido que no había, nadie que se pudiera comparar contigo, pero hasta este punto no lo habíamos pensado.

Nuestro Señor también está muy satisfecho, y, conforme a sus instrucciones, puedes tomar cuantos obsequios apetezcas.

También es deseo de nuestro Señor que, durante seis noches, como la de hoy, toques y nos hagas escuchar la biwa. Una vez terminado este tiempo, nuestro Señor tiene determinado regresar. Por este motivo, por favor, manaña por la noche ven también aquí, a la misma hora que hoy. La persona que ha ido a recogerte esta noche irá tambien mañana a buscarte. Sobre esto hay que decirte una cosa muy importante, y es que no puedes decir a nadie que has venido a este lugar mientras nuestro Señor esté parando en Akamagaseki. ¿Comprendes? Tengo tu firme promesa. En esta ocasión nuestro Señor no ha dicho nada a nadie sobre su viaje, por lo que quiere que permanezca en secreto. ¿Comprendes bien? A otra persona no puedes... Bien, con esto basta por esta noche. Ya puedes regresar.

Hoichi, agradecido de todo corazón y cogido a la mano de la mujer, fue guiado hasta la puerta. Allí el samurái estaba esperando y lo llevó hasta el templo. El samurái llegó hasta el corredor del templo que daba al jardin, dijo unas palabras de despedida y regresó rápidamente.

 

IV La extrañeza del Superior

Cuando Hoichi regresó ya era cerca de la alborada, sin embargo, nadie se había dado cuenta de que había estado ausente del templo.

El Superior regresó muy tarde y pensó exclusivamente que Hoichi debería estar durmiendo.

Al día siguiente, mientras brillaba el sol, durmió no se sabe cuántas horas, y así, cumpliendo su promesa no habló a nadie sobre el extraño suceso de la noche anterior.

Por la noche, ya a una hora muy avanzada, el mismo samurái de la noche anterior vino a recogerlo de nuevo y lo volvió a acompañar hasta el lugar en donde estaban reunidos los nobles. Huiche, igual que la noche anterior, se acompañó de la biwa y contó una historia que hizo conmoverse a todos los presentes. Sin embargo, esta vez, se supo que Hoichi había dejado el templo.

Cuando regresó, cerca del alba, fue llamado rápidamente delante del Superior. El Superior, internamente sereno, pero con un tono de recriminación, le dijo:

—Hoichi, todos hemos estado muy preocupados por ti. No ves, te encuentras impedido y, sin embargo, sales solo y vuelves tardísimo. Eso es algo muy peligroso. ¿Por qué no me lo has dicho, ¿eh? ¿Dónde diantres has ido?, ¿di?

Hoichi, para evadir la respuesta contestó así:

—Señor, se lo ruego, perdóneme. Tenía asuntos personales y, sin querer, no pudiendo ser a otra hora, me retrasé más de lo debido.

Terminado de decir esto guardó un profundo silencio. El Superior más que preocuparse, se llevó una gran sorpresa.

—Realmente ... no entiendo la razón... Pero cabe la posibilidad de que este joven esté poseído por algún extraño ser... Está siendo engañado, sin duda...—pensó el Superior preocupadamente. Entonces dejó de preguntar de manera tan inoportuna y, bajo cuerda, le hizo saber a los hombres del templo:

 

—Bien, no debéis perder de vista a Hoichi; si esta noche de nuevo, a altas horas, volviera a salir del templo, sin que se dé cuenta, seguidle los pasos.

 

V   Fuegos fatuos

También esa noche Hoichi, silenciosamente, salió del templo. Visto esto, los dos hombres cogieron un farol portátil y le siguieron.

Pero aquella noche estaba lloviendo y era una noche muy oscura, por lo que, antes de salir a la calle, le habían perdido de vista.

Sin duda, Hoichi debía de haber andado muy rápido. Pero era ciego. Además, el camino estaba en muy mal estado, por    lo que resultaba muy extraño que Hoichi pudiera andar tan rápido.

Los hombres, apresuradamente, dejaron el camino y se dirigieron a la ciudad, y fueron visitando una por una las casas donde Hoichi solía ir. Sin embargo, a aquellas casas, les dijeron, no había ido esa noche. Ya que no podían hacer otra cosa fueron por el camino de la costa y regresaron al templo. Entonces, desde el interior del cementerio que había en el templo, se acercaba, progresivamente el sonido del rasgueo de la biwa.

—¿Por qué será? —pensaron extrañados, y se dirigieron hacia el cementerio para ver de qué se trataba. Entonces no vieron en el oscuro cementerio sino arder por todas partes misteriosos fuegos fatuos.

También, como rodeado por el fuego, estaba Hoichi que, bajo la lluvia, cantaba sentado ante la tumba del emperador Antoku y, concentrado, contaba la escena de la batalla de Dan-no-ura.

Alrededor de Hoichi, ya delante, ya detrás, e incluso encima de las tumbas, ardían fuegos fatuos como si fueran cirios.

Para los dos hombres era la primera vez que veían, desde que nacieran, tantos fuegos extraños.

—¡Hoichi, Hoichi! —le gritaron al mismo tiempo —¡Hoichi, tú estás poseído por algún diabólico ser. ¡Hoichi!

No sólo parecía que no había escuchado nada, sino más bien se diría que poniendo aún más corazón y levantando la voz sólo le importaba continuar cantando la escena de la batalla de Dan-no-ura.

Los dos hombres, sujetándolo, le hablaron en voz alta al oído:

—¡Hoichi, Hoichi! ¡Vamos! Vuelve inmediatamente con nosotros.

Entonces Hoichi, muy enfadado, reprendió a los dos hombres diciéndoles;

—¿No es un gran sacrilegio venir a molestarme delante de tan gran señor? ¿Qué ocurrirá ahora?

Al decirles una cosa tan misteriosa, pero sin embargo como estaba tocando la biwa delante de las tumbas, involuntariamente se echaron a reír. Llegado a este punto estaba claro que Hoichi estaba poseído por algún ser extraño.

Los dos hombres, tirando con todas sus fuerzas, lo levantaron y regresaron con él al templo.

El Superior dio instrucciones a los hombres, y le cambiaron las ropas mojadas, le dieron de beber y de comer. Después, volviéndose hacia Hoichi, le dijo con dureza que explicara con la suficiente claridad, para poder entenderlo, tan sospechosa conducta.

Hoichi vaciló un momento antes de hablar. Sin embargo, se dio cuenta de que su acción había sorprendido al Superior y que finalmente éste había acabado por enfadarse con él. Por eso tomó la decisión de decirlo todo sin ocultar absolutamente nada.

Huiche, en este trance, empezando por la primera vez que vino el samurái a por él, le contó todo al Superior, con la mayor sinceridad, absolutamente todo. Terminado el relato, el Superior, dijo tranquilamente:

—Hoichi, ¡qué desgraciado eres! Ahora mismo estás metido en un gran peligro. ¿Por qué no me has contado todo esto antes?  Precisamente, porque eres un genio de la biwa has caído en un gran peligro. Lo comprendes, ¿verdad? No has estado en casa de ningún ser humano. Todas estas noches has ido al cementerio de Heike... Esta noche dos hombres de nuestro templo te han cogido cuando estabas bajo la lluvia, sentado ante la tumba del emperador Antoku. Lo que tú has creido a pies juntillas no era sino un espejismo. Por eso es completamente seguro que quien viene a por ti no es sino el alma de algún muerto, y el que es poseído una vez por algún espíritu hace siempre lo que ese espíritu le dice, hasta las últimas consecuencias. Además, si sigues obedeciendo lo que ha dicho un muerto, un día, lo tengo ante mis ojos, serás despedazado... ¡Qué espantoso! .... A propósito, esta noche también tengo una ceremonia y debo ir. No puedo estar contigo, pero tengo una buena idea. Antes de irme escribiré en tu cuerpo algunos sutras de acción de gracias. Hecho esto, los sutras pueden protegerte contra cualquier desgracia.

El Superior dijo al mozo que le ayudara y desnudaron a Hoichi. Así, hasta que se puso el sol, estuvieron escribiéndole con el pincel por todo el cuerpo, en todas partes, los signos de los sutras: el pecho, la espalda, la cabeza, el rostro, el cuello, ambas manos, ambos pies... incluidas las plantas de los pies.

Pues bien, una vez terminado, el Superior le dijo con voz dura:

—Cuando yo salga vete inmediatamente al corredor trasero, y te sientas. Espera allí. Entonces vendrá a recogerte el de siempre. Pero no puedes, ocurra lo que ocurra, ni responder ni moverte. Estate sentado y completamente en silencio; si respondieras o te movieras te despedazaría de inmediato. ¿Me entiendes? No hay por qué tener miedo. Además, es absurdo que pidas ayuda porque no habrá nadie que pueda ayudarte. Si haces todo justamente como te he dicho, cualquier tipo de peligro o cosa horrible desaparecerá.

 

 

VI De nuevo el samurái

Cuando se hizo de noche en la zona, el Superior y el mozo salieron. Hoichi, como le habían dicho, fue a sentarse en el corredor de detrás del templo. Se puso al lado la biwa, se sentó correctamente y se quedó inmóvil. Estuvo sentado largo tiempo completamente inmóvil, poniendo mucho cuidado en contener la respiración y la tos. En esto, por la parte del camino de atrás se oyeron pisadas. Las pisadas pasaron la puerta trasera, siguieron por el jardín y llegaron hasta delante del corredor, donde se detuvieron.

—¡Hoichi! —dijo una voz pesada. Pero Hoichi detuvo la respiración y no se movió en absoluto.

—¡Hoichi! —se volvió a escuchar la brutal voz. A pesar de ello Hoichi permaneció callado.

—¡Hoichi! —dijo por tercera vez con una voz aún más violenta.

Hoichi, como de piedra, con la respiración contenida, permaneció inmóvil. Entonces la voz, como enfadada, empezó a murmurar:

—¡No hay respuesta!, ¿qué pasara?, ¡maldito tipejo! Tengo que averiguar dónde diablos se ha metido —. Y acto seguido subió al corredor con unas pisadas imponentes. Las pisadas se fueron acercando y se detuvieron justo al lado de Hoichi, haciéndose después un gran silencio.

Hoichi, con el cuerpo temblando de terror, como hasta entonces, esperó con mucha paciencia. Entonces la estremecedora voz murmuró junto al oído de Hoichi: —¡Humm! Aquí está la biwa, pero no se ve al que me interesa, el tocador. ¡Ah!, un momento: sólo se ven dos orejas. Por supuesto, así es 1ógico que no haya respuesta, ya que no hay nada aparte de las orejas. Bueno, ¡qué le vamos a hacer!, aunque sea sólo las orejas llevaremos. Obedeceremos en lo posible lo que ha ordenado mi Señor...

 

A continuación, Hoichi sintió cómo unos dedos fríos como el hierro le cogían las orejas y se las arrancaban. A pesar de que el dolor fue terrible, Hoichi no abrió la boca. Después y los horribles pasos se alejaron a lo largo del corredor, salieron del jardín al camino y allí se extinguieron. Hoichi, aunque sintió que por ambos lados del cuello se deslizaba algo licuoso y caliente, no levantó una mano para comprobar qué podía ser.

 

VII El desorejado Hoichi

El Superior regresó antes de la salida del sol, e inmediatamente se dirigió al corredor trasero del edificio. Llegó allí y de pronto pisó algo viscoso.

—¡Ah! —gritó mientras resbalaba y rodaba por el suelo. Cuando miró a la luz del farol portátil, ¿qué era aquello sino sangre? El Superior, sorprendido, echó una ojeada alrededor:

Hoichi estaba completamente inmóvil. Aún seguía manando sangre fresca de la herida.

—¡Pobre Hoichi...! —gritó el Superior sorprendido. —¿Qué ha ocurrido?  Tienes una herida espantosa.

Hoichi, al oír la voz del Superior, pensó que ya no corría peligro, y, tranquilizándose, dio un gran suspiro. Mientras se derramaba en lágrimas le contó al Superior lo ocurrido esa noche.

El Superior, terminado de oír a Hoichi, le dijo con voz lastimosa:

—He hecho algo lamentable, Hoichi. No he sido bueno, ha sido culpa mía. Te escribí sutras por todo el cuerpo: por aquí, por allí..., pero sólo dejé sin escribir las orejas. La verdad es que, pensando que iría bien, se lo confié al aprendiz, pero fue un infortunio... Cuando salí no corregí la falta, aunque en verdad es un error por mi parte... ¡Qué odioso soy!, ¡perdón! Hoichi, perdóname. Ahora, más que nunca, reconozco mi culpa. ¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Ahora, rápidamente, lo primero es curar la herida...  Pero alégrate.... El peligro ya ha desaparecido, porque tras todo esto se ha esfumado el tormento del alma de aquel difunto.

 

Gracias a la cura de un buen médico, la herida de Hoichi sanó rápidamente. Por el mundo extendióse hasta las más lejanas tierras la extraña historia de la desgracia de Hoichi, que llegó a ser muy famoso. Así, para oír a Hoichi tocar la biwa, vinieron a Akamagaseki, uno tras otro, mucha gente de elevada categoría social, gracias a lo cual Hoichi se hizo muy rico. Y a partir de aquel suceso su nombre se extendió y se conoció en el mundo, conociéndole todos por “El desorejado Hoichi".

ANTONIO DUQUE LARA. (España, 1956) Era el 25 de septiembre de 1956 cuando llegué al mundo, justo al lado de la Mezquita de Córdoba. Realicé los estudios de Bachillerato y parte de la universidad en Córdoba. Los dos últimos años de estudios universitarios los realicé en Granada. Licenciado en Filosofía y Letras, rama de Filología Románica. En 1982 empiezo a trabajar en Japón en TOZAI BUNKA CENTRE, con el tiempo empecé a trabajar en varias universidades.

Los libros publicados hasta el momento son: 44 poemas desde la otra orilla. Poemillas y variantes. Aires amorosos. Traducción al español, Poesía errante, de Nakajima Takao y Cristóbal déjame que te cuente, de Oshima Satoru. Al margen de estos libros, tengo publicados artículos, algunos poemas, cuentecillos en alguna que otra revista y traducciones de algunos autores japoneses en revistas y reseñas de varios autores en blogs etc. Aparte de eso, todos los días un poema en mi Facebook: Antonio Duque Lara y publicaciones en mi blog.

 

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