Hace unos días estuve en la busca de una vivienda para comprar y por casualidad llegué a una inmobiliaria que anunciaba un programa llamado: Su casa sin trabas. La verdad no recuerdo el nombre, porque no me detuve en eso. Entré en la inmobiliaria y pregunté a la recepcionista por este programa y me dijo: —Ese programa lo maneja directamente uno de los dueños, está de suerte porque se encuentra en su oficia y está solo, así que puede pasar.
En esas circunstancias me dirigí a su oficina, con la convicción de no encontrar en aquel señor una solución acorde con mi presupuesto, pero mi sorpresa fue inmensa al encontrarme con un hombre amable que me saludó con la afabilidad de quien me conocía de años. No obstante, juraría por mis huesos que jamás lo había visto. Cuando me vio me dijo: —tome asiento, doctora ¿En qué puedo servirle? Para nosotros como inmobiliaria es un gusto atenderle. —Gracias, doctor. Es usted muy amable. La verdad entré por el aviso, necesito una vivienda para comprar, pero no tengo los recursos suficientes, para comprarla de contado y como ustedes dicen: Su Casa sin Traba. Obtenga su casa hoy y pague durante veinte años, en cómodas cuotas ajustadas a su presupuesto, pensé que yo calificaría para su proyecto y aquí me tiene dispuesta a hacer negocio con ustedes. —Doctora, elija su vivienda y nosotros se la compramos, mire nuestros proyectos o dígame cuál es la que desea, aquí se le compra y la paga en veinte años o en más o en menos. Si la que usted desea no la tenemos, yo la compro y usted me la paga sin intereses.
Como entré en desconfianza, por ese ofrecimiento sin más aquí, ni más allá, le dije con mucha educación, pero con firmeza: —Doctor, este es su negocio si va por el mundo haciendo excepciones y ofrecimientos como este, con todo el que llega, va a quebrar. No puedo aceptar su ofrecimiento. Dicho esto, di la vuelta y salí de la oficina un poco perturbada por lo raro del personaje. Al llegar a la recepción, la secretaria me interpeló y me dijo: —Doctora, el dueño de la inmobiliaria me pidió que le hiciera saber que leyó la historia que apareció en esta revista en la página 35, que su ofrecimiento no es un regalo, sino una promesa del Jaime y que hoy se lo encontró en su mundo.
Al escuchar esto, me devolví a la oficina de gerencia y encontré a Jaime llorando, cuando me vio, se limpió el rostro y me dijo: —Gracias doctora, que homenaje tan bonito le hizo a la Luisa, yo no pude encontrarla, eso me mantiene roto el corazón, ella se desapareció de este mundo, si al menos tuviera un nombre o una tumba, donde llorarla, mi dolor sería soportable o al menos llevadero. Mire, yo recuperé mi vida y mi familia, como ve, he vuelto a ser un hombre con comodidades, pero sin amor, solo la Luisa me amó cuando no tenía nada y solo usted se fijó en nosotros que éramos un par de andrajosos, habitantes de calle, sin futuro y sin nada.
—Doctor, lamento mucho lo de la Luisa, espero que el tiempo le ayude a olvidarla y gracias por leer mi historia.
—Perdone, doctora, para usted soy Jaime y le corrijo, no es su historia, sino la mía con la Luisa, usted solo la escribió, tal cual se le contó.
Ahora sí, tómese un café conmigo y busquemos su casa pronto, no sea que otra vez me de la ventolera de desaparecer de este mundo y ya no tenga como ayudarle a conseguir un techo, que por lo visto usted, sí que no sabe vivir en la calle
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