· 

La maldición del arte por Enrique Gámez Clemente

 

 

 POETA EN EL EXILIO

 
Las golondrinas están asustadas.
El capataz no sabe dirigir.
Los bancos sin liquidez.
Los políticos con 17 rostros.
Mi primo trabaja en Amazon.
Y yo no pego un palo.

La clave está en la paciencia.

Mientras
la taza de café se queda tibia.
La comida no sabe a comida.
Llueve menos de lo que debería.

Y el sol golpea los tejas
como si fuera un xilófono.

Kobe murió.
Charles murió.

El extranjero ya lo leí.
A Mujica le han detectado cáncer.
No hay parcialidad en el cosmos.
La mochila anda con sobrecarga.
Las guerras se suceden en fila india.

La cortina de hierro se descuelga.
EEUU. Putin. China.
Da igual el resultado.

Los topos lo saben.
Las lombrices lo saben.

Siempre habrá algo
que nos aleje más
de lo que nos una.

El poder solo posee una corona.

Me gustaría ver un leopardo de las nieves
antes de que caiga
la última bomba.

O que alguien haga algo
y diga algo
con sentido.

Parece mentira que Mr Beast
sea youtuber
y que Pedro Sánchez y Biden
sean los que gobiernen.

Trajeados mequetrefes
inflados de billetes
más inútiles que
soldados de juguete
en una caja.

Por eso nunca voté
ni lo haré.

Si me das a elegir entre

 cagada de babuino
y vómitos de cebra

me quedo sin comer.


Me comprendes, ¿no?

 

 

 

COMO TODO LO DEMÁS


Un hombre mayor vuelca
el cubo de fregar
en el alcantarillado.

Y una mujer sube la calle, jadeando.
Viene de andar al parecer
por su indumentaria
y su ritmo.
No está en forma.

Y hay 4 chiquillos de 13 años
aspirando tabaco de euro
que se pierden
al cruzar la esquina.

Y veo a un perro
olisqueando
la basura.
Cercándola.

Se aproxima el verano.
Las calles lo murmuran.

Todo está amarillo

los prados, las montañas,
los atardeceres en el filo del incendio.

Los mosquitos tocando los huevos.

Apenas se ven pájaros.

De vez en cuando
alguna abubilla.
Y si algo la ataca, huele a mierda.
Como todo lo demás.
Y esto no es una queja
sino tal vez
la triste realidad
que presencia
el cuervo fosilizado del tejado.

El mundo gira rancio
y desajustado.
Y el teléfono suena
"¿Sí?"

"Hola, le llamamos de Endesa..."
Cuelgo.


La luna siempre nos muestra

una parte

y oculta el resto.

 

Como tú

y como yo.

 

 

 

CAZADOS

 

Sentado en  un parque
a las afueras del pueblo.

Observo.

Hay un chaval de 20 años que acaba
de ser padre.
No tiene empleo.

Coloca en las espigas
esparto con pegamento de ratas.

Pero no es para las ratas,
si no para los pájaros.
Generalmente, colorines.
Por su canto.

Si tienen la mala pata de apoyarse allí
están perdidos.

La tarde pasa.
El sol se desplaza.
Hasta que llega una bandada.

Y uno cae.
Lo ve.
Sale corriendo.
Lo agarra.

Claro está que no lo mata.
Le echa arena del suelo.
A las alas, a las patas.
Para el pegamento.

 

Y en el pico, agua.

Ya sabéis...
Lo limpia.

Y lo enjaula.
Y así uno detrás de otro.
Termina la tarde, llega el oscurantismo.
Y han caído 5.

Nos dice "Mañana los vendo"
Y se los lleva en esa cárcel colgante de metal.

A diez plomos cada uno.
Echad las cuentas.
Un jornal.

De alguna forma lo comprendo.

Es para comida, ropa y pañales.
La luz la tiene enganchada.
El agua cortada.

Pero esas capturas darán
algo de tiempo
a él, su mujer y su niña.

Lo vemos desaparecer
y a todos nos abate la pena,
la tristeza una aflicción profunda
reina un minuto de silencio
por esos pájaros
y por nosotros.

Estamos en el mismo juego.

 

 

 

EN EL CAMINO

 
Cuando era pequeño
solía ir con mi padre
las tardes de verano
a la piscina de su tita.
Mi tía-abuela.

El sol en el tejado azul,
un brisa inexistente,
el aire terroso,
los coches yendo y viniendo sin motivo,
los perros olisqueando cubos de basura
que olían a las sobras del mar...

Y me acuerdo perfectamente.

Llegó ese instante.
Fue en el camino.
Un breve susurro, un breve suspiro.

En un segundo se presentó;
y no ha dejado de hacerlo.

Esa vulnerabilidad extrema.
Ese punzón abriéndose paso por los huesos.
Esa lombriz  dando dentelladas.
Ese colibrí perforando el caparazón...

No he podido explicarlo nunca...
y tampoco lo entendí
hasta hace unos segundos;
es mi Don

y mi Condena.

 

 

Enrique Gámez Clemente
Nací por Granada un verano de 1998. Lo demás ha sido una cadena continua de errores. Fui a la universidad y probé con Economía, pero no fue lo que esperaba. Se perdía demasiado tiempo y las matemáticas a ordenador con todos sus comandos e historias no me apasionaba sobremanera. Me mudé a Derecho y en el cuarto año decidí dejarlo. De alguna forma sabía que eso no era para mí, esos puestos de pegamento donde no se ve la luz del sol. Y no tuve coraje de afrontarlo hasta que lo vi de frente. Además no me agrada la sensación de los trajes... Me quitan movilidad...

Estuve trabajando por Francia, cerca de Burdeos, fue una buena experiencia y me hizo comprender que los franceses no eran como los pintamos y que las etiquetas y presunciones mentales no sirven.

Por el camino publiqué por error -Rompecabezas de una mente rota, -En el patíbulo, -Bailando con la muerte y -Pregúntale a la noche.

Mi vida ha transcurrido entre los olivos y el sol seco de Jaén, y las costas de Málaga con su brisa marina y su humedad. Nada más merece la pena. Nacionalidad: española.

Escribir comentario

Comentarios: 0