Muchas veces tu casa son esos espacios, esa arena o esas piedras de cualquier playa, parque montaña, donde te sientes cómodo y te apetece un respiro, un aire, un slow people, en suma
una lectura tranquila y algo de música, tal vez Norah Jones o su hermana de padre, la genial compositora e intérprete del sitar Anoushka Shankar, mientras dejas pasar los minutos, las horas,
recogido en ese espacio atemporal donde no te sientes aludido por ningún hambre de notoriedad, no es resonar lo que tu pelo –cada vez más gris- te va pidiendo, es un dejarte devorar por la luz
mientras celebras la ignición de tu propio mundo interior, eso sí, sin promesas, sin juramentos ni cantos minerales sobre las estatuas de piedra con las que te cruzas como poeta y que a veces
parecen cobrar vida, y como percibes que te miran de soslayo, las miras tú alzando tu mentón mientras piensas que será en pocas horas, de un día como el de hoy, cuando la luna llena las abrace y
corone sus sienes con su irradiación luminiscente para donarles el brillo que la química de su propio talento no les aporta.
-“Me exige la ciudad un poema urgente”. Es preclaro Javier Arnaiz al manifestar con su verso esta exigencia ciudadana. Y a eso vamos, porque todo en la vida es un trasiego de
causas, ideas y pensamientos. Y la poesía es un flujo, un decidido flujo, con toda la eternidad por delante; en cada época concurren vías de diferentes arquetipos, pero con destino, razonamiento
y causas de idénticas formulaciones, consustanciales para el ser humano. “Que cada uno aporte lo que sepa” decía Blas de Otero, y Javier Arnáiz parece tomarle el relevo hablando, escribiendo, de
la manera más natural, más llana y más explícita.
En estos días de mediados de agosto, se cumplirán 80 años de la muerte, mejor debería decir crimen, de Lorca. Un libro como el de Arnáiz nos viene a demostrar que España -¿solo
España?- no ha avanzado gran cosa en derechos sociales, que seguimos siendo alienados por un sistema que camina, nos hace caminar, sin rumbo con una trayectoria desoladora. “Qué tiempos serán los
que vivimos, que hay que defender lo obvio” decía Bertolt Brecht; “Federico, Federico, han limpiado las balas y el fusil con el que te ajusticiaron", como si el tiempo se hubiera detenido en los
versos de Javier Arnáiz, “Y llueve, llueve y llueve, sobre Bilbao llueve”.
Muchas veces leemos o escribimos poesía como buscando algo que necesitamos encontrar sin saber ciertamente qué es lo buscamos: “En esta noche que habitamos / escribo / donde no
soy / y estoy ausente. / Es la misma caverna luminosa / del tiempo”. –Toda poesía es misteriosa, decía Borges. Pero yo creo que escribimos para salvar al mundo, para salvar al mundo, sí, de
nosotros mismos. Esa es la parte más cruda y trágica del poeta, pretender salvar lo que está condenado desde la noche de los tiempos.
Javier es de lengua clara, ávida, transparente, y exhibe, en sus textos, un enorme apetito, una voracidad de palabras como si quisiera morder, clavar sus dientes en lo que por
convicción sostiene que es un sinsentido, los muros, las alambradas, las fronteras… son una vergüenza, una humillación para las personas y un fracaso del ser humano, de sus dirigentes: “No quiero
pueblos divididos, / no quiero fronteras dibujadas, / ni alambradas que cierren los caminos”.
Pero calma, Javier, quizá no lo tengamos todo perdido, tú lo has escrito en verso: “Nos podremos sentir libres, / vivir eternas noches / por la gran avenida de la muerte”. Como
tú, este que escribe, también ama a Bukowsky.
Y que es que no leemos ni escribimos sólo por la belleza de la palabra, el poeta escribe porque es persona que busca la parte hermosa de la vida, incluso en circunstancias
adversas: “tengo frío, / la estufa está apagada, / cortaron la corriente /… Me gusta ver tus ojos / con la luz de la vela, / relumbran diferentes, / se acentúa / el dulzor amarillo de la
llama”.
En el fondo, a fin de todo, Javier Arnáiz es un hombre hogareño, familiar, en “La voluntad quebrada”, libro de poemas que estamos comentando, el poeta, dedica entrañables
poemas a su esposa e hijos con una ternura que hace más bella la poesía y el amor. “La casa está tranquila, / hay silencio, la tarde pasa lenta / con la vida agitando en sus pupilas”.
Arnáiz, es amigos de sus amigos, les duele el dolor de su gente, y lo expone en poemas elegíacos recordando a poetas –amigos- que ya partieron como Oscar Alberdi, González de
Langarika y Sergio Oiarzabal.
.
Mejor que siga la poesía, que no calle el cantor, porque: "Si se calla el cantor calla la vida".
Enhorabuena a Javier Arnáiz por esta nueva entrega poética que merece ser leída y ocupar un espacio en las estanterías de hogares, empresas, instituciones, centros de
enseñanza…
Escribir comentario