Pasé días planeándolo todo y deleitándome con el sonido imaginario del estruendo.
Él estaba sentado en su mecedora, junto a la ventana del octavo A -como cada tarde- y sus vaivenes se repetían a intervalos exactos, según mi cronómetro.
Yo lo observaba desde mi estratégica ubicación, detrás del tanque de agua en la terraza del edificio de enfrente.
Había calculado al milímetro sus movimientos hacia adelante y hacia atrás. Su silueta aparecía y desaparecía de mi vista como si fuera el péndulo de un reloj.
Nada podía fallar… entonces accioné el gatillo.
Y en ese momento se le ocurrió estornudar…
De Sur a Sur Revista de Poesía y Artes Literarias.
Mayo 2017
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