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Polen haikús de María Cruz. Reseña de Daniel Olivares Viniegra

Un suelto dominio de la materia, el contenido, la forma y la estructura es lo que en principio nos permite emprender con total delectación la lectura de Polen, la más reciente propuesta de la haijín María Cruz.

Tigre es la noche,
claroscuros de luna,
sombras doradas.

Así, aunque uno no fuese avezado en detectar la sencillísima, pero exigente fórmula del haikú, de inmediato descubriría que, con tan simétricos, pero resistentes y contundentes, cristales es posible generar todo un templo (o digamos santuario o sinagoga) de absoluto carácter inmersivo (lo cual es, del mismo modo, un personalísimo laboratorio), que si bien aspira a ser espejo del Mundo y el Universo todo, no pretende (en principio) sino filtrar, condensar y reacomodar esos absolutos a la exacta medida de nuestra corporalidad, nuestra finitud, y exacta y nimia percepción, o sentimentalidad (aunque también sensualidad expectante).

Son las estrellas
el cardumen nocturno
en alta danza.

Así, ya arquitecta, bióloga (incluso genetista) y astrónoma, de este su universo, desplegado; lo que es decir, dispuesto, a sus ergonométricos alcances, María puede asimismo devenir demiurgo (o mejor dicho preclara sacerdotisa) e irnos desvelando, mostrando y señalando, el todo y las partes de las que se ha rodeado, o las sendas por entre las cuales transita, a la vez que intenta (y logra) deslumbrarnos o hasta fascinarnos con cada una de sus muy diversas revelaciones, mismas que atañen también al pensamiento, al alma y el espíritu.

Otro es el mar
que recuerda el desierto
cuando suspira.

Cual corresponde a la conformación de este microuniverso, el brevísimo pero acertado título condensa la intención del mensaje global: la palabra es germen del mundo, semilla en potencia; poderoso agente y paciente de potenciales maravillas.

Zumba la abeja,
el principio del mundo
vibra de nuevo.

Con todo, no olvidemos que lo anterior parte (y es parte) de la magia de la escritura, de la solo aparentemente simple experiencia de, mediante letras y sonidos, con las palabras (y su enorme carga eléctrica o al menos ionizante), permitirnos generar evocación, encantamiento, y, como acá, dotarnos de una nueva capacidad para asomarnos a este nimio jardín que meramente nos esboza la poeta.

Llueve y escampa,
los campos que florecen
traen el verano.

Luego de esta polinización; luego de esta abstracta suma, la elemental tarea que se nos propone en retribución es despertar, observar, mirar, admirar, con la puesta en juego de todos nuestros sentidos, a estos alígeros seres, objetos, esencias y presencias, junto con sus almas y sus espíritus o los, o las, que ellos mismos portan concitan o evocan…

Granada o lámpara,
cada grano una luz
que arde por dentro.

Lo anterior, y lo que falta y lo que queda… también con la apenas atendible aspiración (si bien trascendente y trascendental) de alcanzar al menos un grado más alto en cuanto a nuestro crecimiento interior, todo a partir de, por ejemplo, nuestra apreciación de esa gota de agua que, sin dejar de serlo, en algún momento ha sido nube y que ha sido vapor, y a la que de pronto, cuando vuelve al fin a condensarse y asomarse, es posible llamar simplemente belleza.

Gotas de luna:
el rocío se engarza
entre las hojas.

Macro y microcosmos al alcance y en lontananza; orden y completitud es la propuesta; equilibrio: ying y yang, cual corresponde. Como en el principio será siempre el final y el recomienzo, si bien el momento que perturba, fertiliza o ilumina es la senda. Búsquese la bendición del azar, el ojo abierto en el momento justo; felicidad (instantánea del saber y el descubrimiento), tal la más alta y máxima aventura.

Ayer murieron
todas las catarinas,
hoy nacen otras.

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María Cruz, Polen, México, Praxis, 2019. (Los japónicos dibujos de Alejandro Isita, complementan bellamente este volumen).


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