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Raúl Arias Chancusi. Reseña Divagaciones al oriente del ron, del poeta español Alonso de Molina

Comentario crítico respecto al libro “Divagaciones al oriente del ron”, del autor español Alonso de Molina, por Raúl Arias Chancusi.

 Entre el 14 de marzo y el 21 de junio de 2020, fueron decretados por el gobierno de España de Pedro Sánchez, cien días de confinamiento a causa de la pandemia COVID-19 con objeto de evitar los contagios.

 

Ya sabíamos de la eventualidad del ser humano.

 

El estate quieto que el Covid-19 impuso al mundo en el 2020 fue una advertencia más de las surgidas en anteriores pandemias de diversa índole.

Esta prueba fue una oportunidad para repensar la circunstancialidad del ser humano, lanzado a probar la soledad y la solidaridad. Esto colmó las ansias de estar solo y/o juntarnos.

 

El poeta Alonso de Molina, decidió adentrarse en las profundidades de la conciencia humana a raíz de la pandemia Covid 19, y explorar cómo esta crisis alteró la percepción del mundo. “En este viaje –escribe Alonso- nos preguntamos si hemos extraído lecciones valiosas para construir un futuro más resiliente y solidario”.

 

Molina, en un hermoso y decisivo ensayo poético, titulado DIVAGACIONES AL ORIENTEDEL RON, Una oveja en el rebaño, Distopía Pandémica, reflexiona sobre temas que trascienden lo meramente físico y se adentran en lo esencial, desde las implicaciones sociales y filosóficas hasta las experiencias personales durante el confinamiento.

 

El poeta, enfrentando a la pandemia que se ha instalado y que ataca despiadadamente, levanta su voz con la fuerza que se constituye en un indicador esencial para el lector, cuando dice, por ejemplo: Sí, sabes que tienes que reaccionar con coraje, que sobre ti hay una amenaza inminente, pero ni siquiera puedes gritar ni enfrentarte a nada porque es algo que solo existe en el aire y tal vez en tu cabeza.

 

 

Impregnado por la tragedia, describe el arrasamiento:

 

Me escurro y pretendo no oír los crujidos que, sobre los huesos que me quedan, van dejando la gente que camina la tierra que hoy me acoge.

 

Cada cuerpo necesita su porción de tierra para adaptarse a ella. No es cuestión de entorpecer, compartir es abrir los brazos y deja un hueco para acoger los otros brazos … Otra prueba de que para vivir del todo es preciso morir un poco, estar algún tiempo enterrados, desanclar, es el precio de seguir vivo.

 

 

El potencial poético de Alonso de Molina se presenta a lo largo del escrito que posee resonancias magnéticas, telúricas, esperpénticas:

 

Sabes que las palabras cobran fuego, que la tierra es semilla y que un poema es la madre de todas las palabras. Sabes que el ser crece, y que el dolor, la desazón, la angustia… son solo signos de pureza ante la escarcha y el miedo.

 

 

Los humanos, sumergidos en la soledad, dan manotazos en la oscuridad; sin embargo, encuentran espacio para pensar:

 

Ahora que los obispos empiezan a entender que las manos se besan por amor y no por devoción…

 

que el pecado es dilema metafísico y no aflicción...

 

que la paz, la concordia, la justicia, la libertad… no son reiterativos discursos de arcángeles ni políticos...

 

que lo más sagrado somos tú y yo y ese y aquel y José y Manuel y Mao y Mohamed…

 

que todo el oro es falso si la luna se duerme en los confines del fango; si no se construye el sol una esperanza abierta donde quepamos todos.

 

Temblamos con la tierra que tiembla a nuestro paso mientras el mar se hunde en nuestros ojos y no encuentra la arena la sal ni en mis labios ni en mi cara.

 

No hay más misterio que el tiempo desgastado, la sangre, el epitafio de este mundo amarrado o quién sabe si somos la voz en off de un instante pasado.

 

 

Semejante a voces que provienen de bíblico trinar, delinean comportamientos y reclamos:

 

El regreso no admite más demora, el paraíso no puede esperar, apremiante nos dicta el SARS-CoV-2.

 

Imperioso en sus voces, no le valen sorteos ni proclamas.

 

Recoger tus sandalias será un lastre en el otro lado, donde ha trenzado la carcoma tu alfabeto sin nombre.

 

Tu lengua ya no tiene esperanza, ningún abecedario podría soportar el grasiento color que pastorea tu muerte.

 

Y te arrastras al polvo, al letargo letal donde la vida escupe, impasible y cobarde, todas las sombras muertas de la inclusa.

 

Mi sangre y cabello se volverán ausencia.

 

La mariposa en cinta nos regala distancias que nos acerca al hambre para ser prisioneros derrocados del cielo.

 

 

Molina acude a las voces de poetas mundiales, y en una invocación, precisa: Abril es bello, Páez, lo escribes y lo cantas: nos pasan tantas cosas en la vida; es el mes en que abren las estrellas la bendición del cielo con todos los imposibles esperando tus huellas, e insistes Fito Páez: Dios santo, qué bello abril.

 

 

La poesía cura. O al menos, como la morfina, alivia, pregona Molina.

 

En constante y viva búsqueda por salir del mal, enuncia:

 

La vida es hermosa, pero a pesar de todo, quién no perdió el camino sin haberlo encontrado.

 

No hay paraíso sin razón de ser; si no lo llevas encima, no existe el paraíso.

 

Bésate, primero bésate, obsérvate las manos y no veas cicatrices; deja tus pies que respiren distancias.

 

No eres el llanto. No eres el golpe. No eres el dolor. Eres el hombre sometido al tiempo descarriado a costa de comerte las uñas y mantener a raya tus palpitaciones. (Alusión al poema Los cómplices, de Gonzalo Rojas).

 

 

 

Alonso es un río bullente que se convierte en catarata, aluvión, arboleda, pájaro cantor en medio de la vida que no recobra serenidad:

 

Siento que no siento y siento pena, algo está fallando en mis emociones. Siento dolor y silencio.

 

 

El poeta confiesa derrota y solo ve ciegos taponando sus pasos y no le importa “caminar o estar quieto, porque ni siquiera existo”.

 

 

Crisis total.

 

 

En situación semejante, Albert Camus escribió en La peste: Atenas apestada y abandonada por los pájaros, las ciudades chinas cuajadas de agonizantes silenciosos, los presidiarios de Marsella apilando en los hoyos los cuerpos que caían, la construcción en Provenza del gran muro que debía detener el viento furioso de la peste. Jaffa y sus odiosos mendigos, los lechos húmedos y podridos pegados a la tierra removida del hospital de Constantinopla, los enfermos sacados con ganchos, el carnaval de los médicos enmascarados durante la Peste negra, las cópulas de los vivos en los cementerios de Milán, las carretas de muertos en el Londres aterrado, y las noches y días henchidos por todas partes del grito interminable de los hombres. No, todo esto no era todavía suficientemente fuerte para matar la paz de ese día.

 

Alonso presiente: Alguien va a matarme y no lo sabe.

 

…el miedo hoy es convivir unos junto a los otros.

 

Y el miedo da miedo porque nos potencia el odio.

 

No quedarán olas para cabalgar ni orillas donde posar nuestra parálisis.

 

Ha venido un dios grasiento a purificar el planeta.

 

La guerra y el fuego ya no nos bastan para purificarnos.

 

No es cuestión de obviar el corazón aparcando las emociones.

 

Alguien va a matarme y ni siquiera él lo sabe.

 

 

 

El instinto se presenta, mas no prospera:

 

Tienes ganas de hacer el amor, de poner el pan en el ardiente pecho de tu amada que se esfuerza en latir en tus entrañas.

 

En cambio, eludes la tormenta porque eres la tormenta sobre el ramo impoluto de los ojos vírgenes de la inquietud y pretendes ser pecho y despecho en una isla de olvido.

 

 

El poema Coronasex define la impotencia del cuerpo:

 

Me desangro y no sé por qué parte de mi cuerpo entró el cuchillo.

 

Abrazos, besos, reuniones y un confiado vuelo a la felicidad.

 

No apartamos la mano de la herida si de viejas maneras besamos sin misterio e invocamos al virus.

 

El sexo más seguro es el sexo con uno mismo. Tal vez terapia, dice el sexólogo, “oh estruendo mudo. ¡Odumodneurtse!“ asegura Vallejo. (En referencia al poema Pienso en tu sexo, de César Vallejo).

 

 

Algún alivio aparece:

 

El dedo me señala alguna luna que despierta e insiste en convidarme.

 

Voy dormido al viento sin más aire que el designio del dios de las barricas, bebo vino en mis manos hasta hartarme.

 

 

En el fluir de la desesperanza, el poeta se sumerge en el mundo extraño de la tragedia que no cesa, solo da sus múltiples colores inentendibles, inciertos.

 

 

Algo no estamos haciendo bien.

 

El frío, el viento, la humedad, como una sombra verdosa afirmada en el cielo, refleja la realidad.

 

Ni el cielo ni los colores de la naturaleza se equivocan.

 

El error somos nosotros.

 

 

El texto que cierra este libro de reflexión y poesía hermanadas por la necesidad de expresar lo casi inexpresable, nos aclara el porqué de su nacimiento. Alonso escribe:

 

Un poema es quedar desnudo y escarbar.

 

No sabría decir el porqué de la poesía; vivimos en una sociedad dominada por un materialismo globalizado, por un consumo desmedido, donde la superficialidad y las apariencias son el pan de cada día.

 

(…) Hemos leído obras poéticas de estilos y autores diversos, cuasi opuestos en algunos casos y la conclusión, si es que la hubiera, es que un poema, de alguna manera, es quedar desnudo, escarbar en busca de la expresión más profunda de nuestros sentimientos, una catarsis que te limpia y libera de cualquier perturbación, de cualquier disturbio contigo mismo o con los demás; por ello, a los autores leídos y a los no leídos en este singular período, dedico estos escritos que, si acaso, pudieran ser  poemas.

 

 

Para finalizar, declaro que con la lectura de DIVAGACIONES AL ORIENTE DEL RON he experimentado el asombro, la delicadeza, la sutileza, la sabiduría y la originalidad de Alonso de Molina, al asumir una tarea necesaria para recobrar la comunicación y fraternidad humana.  Tarea de un poeta que con sus libros indaga la condición del ser en sus innumerables interrogantes y respuestas. Espíritu que se plantea preguntas y da respuestas a La insaciable verdad de la verdad, como el título de una de sus obras.

 

 

Vaya para Alonso, un abrazo con la verdad de la amistad verdadera.

 

Quito, 30 de agosto de 2024

 



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