Son tus manos, mi niña, creando mundos, personajes de un día, de un mes, de toda una vida. Son los sueños que se desprenden desde tus ojos y se plasman en la cuadratura de un lienzo, embadurnando ilusiones en pinturas al óleo.
Ocres, amarillos, azules prístinos, arcoíris de eterno brillo.
Siluetas que en noches de insomnio habitan tus abigarrados mundos ¡Mi niña!
¡Ojeras enredadas en tu espíritu!
Siluetas retorcidas en el estrecho espacio de tu silencio, de tu dolor, de tu pasado, tu presente, tu futuro. Enojos de una historia curtida entre tu risa y tus sollozos. Entre tu callado andar y
el bamboleo de un baile en una pista inexistente, mundo
Paralelo, mundo pleno, mundo de locura.
¡Niña ilusionada de varón perdido!
Son tus manos, mi niña, dibujando volcanes, flores, mariposas, cocodrilos. Senderos y caminos que llevan a ninguna parte, o que llevan al fondo de tus recuerdos, a tu memoria de niña, de
adolescente, de mujer madura.
A veces, mi niña, cierro los ojos y te imagino fuera de mi mundo y me siento a recorrer un universo partido en dos, sin colores, sin óleo, sin siluetas, sin tu risa, sin tus manos, sin tus
cuestiones y sin tus respuestas.
¡Mundo opaco y gris sin tus exabruptos!
Mundo silencioso y vacío, sin tu andar ligero, sin el huracanado paso revoloteándolo todo. Sin el sonido de tu voz, sin tu mirada, sin tu abrazo, sin la taza de café entre tus manos.
Entonces muero.
¡Mujer de mi otoño!
Senderos y caminos que llevan a ningún lado, que muerden y retuercen tus sueños hasta hacerte nuevamente terquedad.
Silencio.
Nada.
Olvido.
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Imagen: Jiao Tang
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