Clara había nacido con el don de la adivinación. Lo descubrió cuando era una adolescente. Un día contempló con detenimiento a una familia y sintió que su futuro
estaría ligado a ella. Le preguntó a su madre por esas personas y esta le contó lo que sabía de ellos. Una tarde le indicó que observara a un grupo de chicos que estaban bañándose en una piscina,
porque entre ellos se encontraban los miembros de esa familia que tanto le llamaban la atención.
El primer día de curso descubrió una cara nueva entre sus compañeras, era Carmen que, al repetir, ahora coincidía con ella en la misma clase. Clara supo en ese
momento que una relación muy especial nacería entre las dos, y sí fue. A Carmen, que era muy habladora, la cambiaron de sitio y la colocaron junto a Clara. Desde ese instante nació un vínculo
indestructible entre ellas. Con el tiempo se llamarían hermanas.
Clara preveía el futuro en numerosas ocasiones. Lo hacía cuando soñaba con algo de apariencia muy real o también cuando observaba lugares o personas como le había
ocurrido la primera vez.
Una noche se despertó sobresaltada: Había soñado que abrazaba a un perro pequeño de color canela. Eso sería imposible que sucediera porque a Clara le aterraban los
perros desde que le mordió uno cuando era pequeña. Era incapaz de acercarse a ellos y mucho más de tocarlos. Rechazó la posibilidad de que en un futuro próximo ella pudiera abrazar a un animal
tan peligroso. Seguro que esta vez su percepción sería errónea.
A la semana siguiente su hermana apareció en casa con un cachorro color canela, precioso. Se lo acababan de regalar y no tenía con quién dejarlo porque debía
ausentarse de Madrid unos días por motivo de trabajo, así que le tocaba quedárselo. Clara abrió los ojos con expresión de incredulidad, no sabía si por pensar que eso no podía estar ocurriéndole
a ella o por reconocer, sin lugar a dudas, al cachorro canela de su sueño premonitorio. No le quedó más remedio que aceptar el encargo y había que verla procurando que el perrillo no la rozara.
Era cómico. Comprendió que no podía ser una fugitiva en su propia casa durante una semana, así que se autosugestionó para ser capaz de tocarlo con un dedo, después lo acarició y al final acabó
con él en los brazos casi todo el día. Eran la viva imagen de su sueño.
Una madrugada se despertó alterada. Había visto unos faros que brillaban en la oscuridad, un caballete y un cuadro sobre él. Abrió los ojos, estaba temblando, ¿qué
serían aquellos focos que la deslumbraban?
Clara volvía de Londres. Era periodista y había ido a entrevistar a un alto mandatario del país. En el aeropuerto divisó dos faros muy potentes que procedían de una
tez aceitunada. Eran los ojos de Rashid que la estaban contemplando. Quedó hipnotizada por la fuerza de aquella mirada y se dirigió hacia él atraída irremediablemente por esas luces que partían
de la oscuridad. En su camino tropezó con unas maletas y cayó al suelo. Rashid la recogió y comprobó que se encontraba bien. Pronunciaron muy pocas palabras, solo se miraban intensamente y así
caminaron hasta sentarse en una cafetería a tomar unos refrescos y reponerse del susto.
Rashid la acompañó a casa a dejar el equipaje y la invitó a su estudio: era pintor. Clara se quedó asombrada al contemplar su obra, era un verdadero artista. Él le
pidió que se recostara sobre un sofá blanco lleno de cojines de seda bordados en fina pedrería porque deseaba hacerle un retrato. Colocó el lienzo sobre el caballete y Clara revivió una vez más
su sueño real, el más bello sueño que jamás había tenido, el que le anunciaba el encuentro con el gran amor de su vida.
Así iban sucediéndose con mucha frecuencia las percepciones del futuro.
Una vez Clara soñó con un precioso vestido de seda malva, unos pendientes de cuarzo rosado y un chal rosa pálido tornasolado. Tenía que asistir a un cóctel con sus
compañeros de la prensa, y se fue de tiendas. Justo cuando se disponía a marcharse de una de ellas, la dependienta le sacó el mismo vestido malva que Clara ya había visto con antelación. Ya no se
asombraba. Le quedaba muy bien, así que se lo llevó. Era el día de su aniversario. Cuando llegó a casa, encontró sobre la cama dos paquetes. Eran regalo de Rashid. En uno había un chal de seda
rosa pálido irisado y en otro, unos maravillosos pendientes de cuarzo.
Aquella noche Clara se despertó llorando. Era otro sueño real. En él ella se veía junto a Rashid en un avión que se estrellaba en una zona montañosa. No podía ser.
Esa vez no. Precisamente tenían previsto un viaje a París donde él presentaría la exposición de sus nuevas obras. Irían por separado y en días diferentes. Desafiarían al destino, para eso había
nacido ella con el poder de la adivinación del futuro. Estaban alertados y jugaban con ventaja.
Rashid se despidió de Clara y quedaron en reunirse una semana después. Se llamaban por teléfono continuamente y él le informaba de la expectación tan grande que
había generado su próxima exposición. Clara estaba viendo las noticias de televisión cuando anunciaron el atentado en Montmartre. Rashid estaba justo allí, pero a él no podía haberle pasado nada,
no iba en ningún avión. Al cabo de unas horas recibió una llamada. Le decían que Rashid se encontraba entre las posibles víctimas y que necesitaban a alguien de la familia para que lo
identificara y se llevara sus restos. Clara sabía que eso no podía haber sucedido. Ella lo había soñado y no ocurría así. Lo que le extrañaba era que él no respondiera a ninguna de sus
llamadas.
Esa misma tarde voló a París y no tuvo dudas: Rashid, el amor de su vida, había fallecido. Se lo habían robado. ¡Canallas…! Esos ojos no la volverían a contemplar,
ya no lo podría volver a abrazar ni a besar… Clara se apagó con él. Como una sonámbula subió al avión. Llevaba con ella los restos de Rashid. Volaban sobre los Pirineos cuando se escuchó la voz
de una azafata: “Abróchense los cinturones, atravesamos una zona de turbulencias…”
Gloria Langle Molina, biznieta del abogado, político y escritor, Plácido Langle Moya (1858-1934), es Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada y ha
ejercido como profesora de Enseñanza Secundaria en el IES Albaida de Almería. Ha escrito una novela: “Una mujer interesante” y dos poemarios: “Fénix” (primer premio de poesía de ALCAP 2012,
Castellón, en su modalidad internacional) y “Lunas de arena”. Ha quedado finalista en el III certamen Umbral de poesía de Valladolid con su poema "Espera". Forma parte del colectivo
almeriense Poetas del Sur.
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Imagen: Rebecca Scholz
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