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Sylvia Plath: Tres Mujeres. El tormento hecho arte a través de sus poemas

 

TRES MUJERES

 

Escenario: sala de una maternidad y su entorno

 

 

 

PRIMERA VOZ:

 

Soy lenta como el mundo. Soy muy paciente,

 

girando a través de mi tiempo, los soles y las estrellas

 

me observan con atención.

 

 

El interés de la luna es más personal:

 

pasa y vuelve a pasar, luminosa como una enfermera.

 

¿Le aflige lo que está por suceder? No lo creo.

 

Simplemente le asombra la fertilidad.

 

Cuando salgo soy un gran acontecimiento.

 

No tengo que pensar, ni siquiera ensayarlo.

 

Lo que suceda dentro de mí sucederá sin atención.

 

Sobre la colina el faisán ordena sus plumas marrones.

 

No puedo evitar sonreír ante lo que sé.

 

Hojas y pétalos me atienden. Estoy dispuesta.

 

 

 

SEGUNDA VOZ:

 

Cuando por primera vez vi

la pequeña mancha roja, no pude creerlo.

 

Observé a los hombres caminar a mi alrededor en la oficina.

¡Eran tan planos!

 

 

Había algo en ellos como de cartón, y ahora lo comprendo,

 

esa plana, plana vulgaridad de la que ideas, destrucciones,

 

niveladoras, guillotinas, cámaras blancas de chillidos proceden,

 

proceden sin fin; y los fríos ángeles, las abstracciones.

 

Me senté ante mi escritorio con mis medias,
mis tacones altos, y el hombre con quien trabajo

se echó a reír: «¿Ha visto algo horrible?

 

Se ha puesto tan blanca, de repente». Y no dije nada.

 

He visto la muerte en los árboles desnudos, una privación.

 

No podía creerlo. ¿Es tan difícil para el espíritu

concebir un rostro, una boca?

 

Las cartas proceden de estas negras teclas,

y estas negras teclas proceden

 

de mis dedos alfabéticos, ordenando partes.

 

Partes, fragmentos, engranajes, brillantes mecanismos.

 

Me muero al sentarme. Pierdo una dimensión.

 

Rugen trenes en mis oídos, ¡salidas! ¡salidas!

 

El plateado camino del tiempo se vacía en la distancia.

 

El cielo blanco se vacía de su promesa igual que una copa.

 

Estos son mis pies, estos ecos mecánicos.

 

Tap, tap, tap estacas de acero. Me descubro deficiente.

 

Esta es una enfermedad que me llevo a casa, es una muerte.

 

De nuevo, esto es una muerte. ¿Es el aire,

 

las partículas de destrucción que aspiro? ¿Soy un pulso

 

que disminuye y disminuye, enfrentándose al frío ángel?

 

¿Es éste mi amante, entonces? ¿Esta muerte, esta muerte?

 

De niña amé un nombre mordido por el liquen.

 

¿Es éste el único pecado, entonces,

este viejo amor muerto de la muerte?

 

 

 

TERCERA VOZ:

 

Recuerdo el instante en que lo supe con certeza.

 

Los sauces se helaban,

 

el rostro en el estanque era hermoso, pero no mío:

 

tenía un aire de autosuficiencia, como todo lo demás,

 

y no podía ver más que peligros: palomas y palabras,

 

estrellas y chaparrones de oro —¡conceptos! ¡conceptos!

 

Recuerdo un ala blanca y fría

 

y el gran cisne, con su aspecto terrible,

 

viniendo hacia mí, como un castillo, desde lo alto del río.

 

En todo cisne hay una serpiente.

 

Se deslizaba; su ojo tenía un oscuro significado.

 

En él vi el mundo —pequeño, negro y cruel,

 

cada pequeña palabra enlazada con otra pequeña palabra,

un acto con otro acto.

 

Un cálido día azul había brotado dentro de algo.

 

No estaba preparada. Las blancas nubes se elevaban

 

y me arrastraban en cuatro direcciones.

 

No estaba preparada.

 

No tuve respeto.

 

Pensé que podía negar la consecuencia—

 

pero ya era demasiado tarde. Era demasiado tarde, y el rostro

 

continuó modelándose con amor, como si estuviese preparada.

 

 

 

SEGUNDA VOZ:

 

Es un mundo de nieve ahora. No estoy en casa.

 

Qué blancas son estas sábanas. Los rostros no tienen rasgos.

 

Son calvos e imposibles, como los de mis niños,

 

esos pequeños enfermos que eluden mis brazos.

 

Otros niños no me tocan: son terribles.

 

Tienen demasiados colores, demasiada vida. No se están quietos,

 

quietos, como el pequeño vacío que llevo.

 

He tenido mis oportunidades. Lo he intentado una y otra vez.

 

He cosido vida dentro de mí como un órgano raro,

 

y caminé con cuidado, precariamente, como si hubiese algo raro.

 

He tratado de no pensar demasiado. He tratado de ser natural.

 

He tratado de ser ciega en el amor, igual que otras mujeres,

 

ciega en mi cama, con mi dulce ciego querido,

 

sin buscar, a través de la espesa oscuridad, el rostro de otro.

 

No miré. Pero todavía el rostro estaba allí,

 

el rostro del no nacido que amaba su perfección,

 

el rostro del muerto que sólo podía ser perfecto

 

en su paz sencilla, y sólo así mantenerse sagrado.

 

Y entonces hubo otras caras. Las caras de las naciones,

 

gobiernos, parlamentos, sociedades,

 

las caras sin rostro de hombres importantes.

 

Son estos los hombres que me preocupan:

 

¡están celosos de todo aquello que no sea plano!

Son dioses celosos que harían que el mundo entero

fuese plano porque ellos lo son.

 

Veo al Padre conversando con el Hijo.

 

Tal vulgaridad no puede ser sino sagrada.

 

«Hagamos un paraíso», dicen.

 

«Aplanemos y planchemos el grosor de estas almas».

 

 

 

PRIMERA VOZ:

 

Estoy tranquila. Estoy tranquila.

Es la calma que precede a algo terrible:

 

el amarillo minuto antes de que el viento se levante,

cuando las hojas

 

vuelven hacia arriba las pálidas palmas de sus manos.

 

Hay tanta quietud aquí.

 

Las sábanas, los rostros, son blancos,

y están detenidos, igual que relojes.

 

Las voces se mantienen a distancia y se comprimen.

Sus visibles jeroglíficos

 

se aplastan como biombos de pergamino que protegen del viento.

 

¡Pintan tales secretos en árabe, en chino!

 

Soy muda y oscura. Soy una semilla a punto de estallar.

 

La oscuridad es mi parte muerta, y está resentida:

 

no quiere ser más, ni diferente.

 

La oscuridad me cubre de azul, ahora, como a una Madonna.

 

¡Oh color de la distancia y del olvido!

 

¿Cuándo llegará el segundo en que el Tiempo rompa

 

y la eternidad lo sumerja, y me hunda por completo?

 

Hablo conmigo, sólo conmigo, aislada,

 

lavada y roja de desinfectantes, sacrificial.

 

La espera pesa sobre mis párpados. Yace como el sueño,

 

como un gran mar. Lejos, lejos, siento la ola empujar

 

su carga de agonía hacia mí, ineludible, la marea.

 

Y yo, una caracola, haciendo eco en la playa blanca

 

me enfrento a las voces que inundan, al terrible elemento.

 

 

 

TERCERA VOZ:

 

Ahora soy una montaña en medio de mujeres como montañas.

 

Los médicos se mueven entre nosotras como si nuestro tamaño

 

perturbara la mente. Sonríen como imbéciles.

 

Son culpables del estado en que me encuentro, y lo saben.

 

Se abrazan a su vulgaridad como a una especie de salud.

 

¿Y qué si se encontraran sorprendidos igual que yo?

 

Se volverían locos.

 

¿Y qué si dos vidas se escurriesen entre mis muslos?

 

He visto la limpia sala blanca con sus instrumentos.

 

Es un lugar de alaridos. No es feliz.

 

«Aquí es donde vendrás cuando estés preparada».

 

Las luces de la noche son planas lunas rojas. La sangre las apaga.

 

No estoy preparada para que algo me suceda.

 

Debería haber asesinado a lo que me asesina.

 

 

 

PRIMERA VOZ:

 

No hay milagro más cruel que éste.

 

Soy arrastrada por caballos, los cascos de hierro.

 

Lo resisto. Lo resisto todo. Hago mi trabajo.

 

Túnel oscuro a través del cual las visitas son arrojadas.

 

Las visitas, las manifestaciones, los rostros sorprendidos.

 

Soy el centro de una atrocidad.

 

Qué dolores, qué tristezas, debo de estar dando a luz.

 

¿Puede semejante inocencia matar y matar? Ordeña mi vida.

 

En la calle los árboles se secan. La lluvia es corrosiva.

 

Lo siento en mi lengua, y los horrores posibles,

 

los pertinaces y acechantes horrores, desdeñadas madrinas

 

con sus corazones que hacen tic tac, con sus maletines de instrumentos.

 

Seré un muro y un tejado protectores.

 

Seré un cielo y una colina de bondad. ¡Oh, dejadme serlo!

 

Una fuerza está creciendo en mi interior, un antiguo tesón.

 

Me estoy partiendo como el mundo. Es esta oscuridad,

 

este ariete de negrura. Cruzo las manos sobre una montaña.

 

El aire se ha vuelto denso con el esfuerzo.

 

Soy usada. He aprendido a serlo.

 

La oscuridad comprime mis ojos.

 

No veo nada.

 

 

 

SEGUNDA VOZ:

 

Soy acusada. Sueño con masacres.

 

Soy un jardín de negras y rojas agonías. Las bebo,

 

odiándome, odiando y temiendo. Y ahora el mundo concibe

 

su fin y corre en pos de él, los brazos tendidos hacia el amor.

 

Un amor de muerte que todo lo enferma.

 

Un sol muerto tiñe el periódico. Es rojo.

 

Pierdo vida tras vida. La negra tierra se las bebe.

 

Ella es la vampira de todas nosotras. Así nos sostiene,

 

cebándonos, bondadosa. Su boca es roja.

 

La conozco. La conozco íntimamente.

 

Vieja cara de invierno, vieja cara estéril, vieja bomba de tiempo.

 

Los hombres la han usado vilmente. Se los comerá.

 

Se los comerá, se los comerá, se los comerá al final.

 

El sol se pone. Muero. Provoco una muerte.

 

 

 

PRIMERA VOZ:

 

¿Quién es él, este azul, furioso niño,

 

luminoso y extraño como si hubiera sido arrojado desde una estrella?

 

¡Parece tan enfadado!

 

Voló dentro de la sala, un alarido próximo a su talón.

 

El azul palidece. Después de todo, es humano.

 

Un loto rojo se abre en su cuenco de sangre;

 

me están cosiendo con seda, como si fuese una tela.

 

¿Qué hicieron mis dedos antes de que lo sujetaran?

 

¿Qué ha hecho con su propio amor mi corazón?

 

Nunca he visto nada tan claro.

 

Sus párpados son como lilas

 

y suave como una polilla, su aliento.

 

No lo dejaré ir.

 

No hay astucia o falsedad en él. Ojalá permanezca así.

 

 

 

SEGUNDA VOZ:

 

Por la ventana se ve la luna. Alta.

 

¡Cómo llena mi alma el invierno! Y esa luz de tiza

 

depositando su polvo en las ventanas, las ventanas de despachos vacíos,

 

aulas vacías, iglesias vacías. ¡Oh, cuánta vacuidad!

 

Y esta cesación. Esta terrible cesación de todo.

 

Estos cuerpos que ahora se amontonan a mi alrededor. Estos durmientes polares.

 

¿Qué azules rayos de luna congelan sus sueños?

 

La siento entrar en mí, fría, ajena, como un instrumento.

 

Y esa insensata, dura cara en su final, esa boca dibujando una "O"

 

abierta en expresión de lamento perpetuo.

 

Es ella la que arrastra alrededor este mar de sangre negra

 

mes tras mes, con sus voces de fracaso.

 

Estoy desamparada como el mar en el extremo de su cordón.

 

Me siento intranquila. Intranquila e inútil.

También yo creo cadáveres.

 

Marcharé hacia el norte.

Marcharé adentrándome en una vasta oscuridad.

 

Me veo como una sombra, ni hombre ni mujer,

 

ni una mujer, feliz de ser como un hombre,

ni un hombre lo bastante insensible y plano

como para no sentir ninguna carencia.

Me siento una

 

carencia.

 

Levanto mis dedos. Diez estacas blancas.

 

Mirad, la oscuridad se escapa por las grietas.

 

No puedo contenerla. No puedo contener mi vida.

 

Seré una heroína de lo periférico.

 

No se me acusará por los botones apartados,

 

agujeros en los talones de los calcetines, blancas caras mudas

 

de cartas sin contestar, enterradas en el cajón de la correspondencia.

 

No seré acusada, no seré acusada.

 

El reloj no me encontrará necesitando, ni tampoco estas estrellas

 

remachadas en su lugar, abismo tras abismo.

 

 

 

TERCERA VOZ:

 

La veo en sueños, mi niña roja, terrible.

 

Llora a través del cristal que nos separa.

 

Llora, y está furiosa.

 

Sus gritos son ganchos que agarran y rasguñan como gatos.

 

Es con estos ganchos que trepa hasta mi atención.

 

Llora a la oscuridad o a las estrellas

 

que a tanta distancia de nosotras brillan y giran.

 

Su cabecita me parece tallada en madera,

 

una madera roja y dura, los ojos cerrados y la boca muy abierta.

 

Y desde la boca abierta salen gritos punzantes

 

rasguñando mi sueño igual que flechas.

 

Rasguñando mi sueño, y penetrando en mi costado.

 

Mi hija no tiene dientes. Su boca es ancha

 

y emite sonidos tan siniestros que no puede ser buena.

 

 

 

PRIMERA VOZ:

 

¿Qué es lo que arroja contra nosotras a estas almas inocentes?

 

Mirad, están tan exhaustas, casi sin vida.

 

En sus cunas de lona, nombres atados a sus muñecas,

 

pequeños trofeos de plata para los cuales han venido desde tan lejos.

 

Las hay con el cabello negro y abundante, las hay calvas.

 

Con la piel rosada o pálida, morena o roja;

 

comienzan a recordar sus diferencias.

 

Parece que estuviesen hechas de agua; no tienen expresión.

 

Sus facciones duermen, como luz en el agua inmóvil.

 

En sus vestiduras idénticas son los verdaderos monjes y monjas.

 

Las veo lloviendo sobre el mundo como estrellas:

 

sobre India, África, América, estas milagrosas,

 

estas puras, pequeñas imágenes. Huelen a leche.

 

Las plantas de sus pies no han tocado nada. Son caminantes del aire.

 

¿Puede la nada ser tan pródiga?

 

He aquí a mi hijo.

 

Su ojo abierto es igual a todos, de un azul vulgar.

 

Se vuelve hacia mí como una pequeña, ciega, luminosa planta.

 

Un grito. Es el gancho del que cuelgo.

 

Y soy un río de leche.

 

Una cálida colina.

 

 

 

SEGUNDA VOZ:

 

No soy fea. Puede incluso que sea hermosa.

 

El espejo me devuelve una mujer sin deformidad.

 

Las enfermeras me devuelven la ropa y un nombre.

 

Es normal, dicen, que algo así suceda.

 

Es normal en mi vida, y en las vidas de otras.

 

Soy una de cada cinco, o algo así. No estoy desesperada.

 

Soy hermosa como una estadística. Aquí está mi lápiz de labios.

 

Pinto la antigua boca.

 

La antigua boca que olvidé con mi nombre.

 

Hace uno, dos, tres días. Fue un viernes.

 

Ni siquiera necesito unas vacaciones; puedo ir a trabajar hoy mismo.

 

Puedo amar a mi marido, que lo comprenderá.

 

Que me amará a través de la mancha de mi deformidad

 

como si yo hubiese perdido un ojo, una pierna, la lengua.

 

Y entonces me pongo de pie, la vista un poco borrosa. Echo a andar

 

no sobre mis piernas, sino sobre ruedas, sirven igual de bien.

 

Y aprendo a hablar con los dedos, sin la lengua.

 

El cuerpo es ingenioso.

 

El de una estrella de mar puede contraer los brazos

 

y los tritones son pródigos en piernas. Tal vez sea

 

igual de pródiga en lo que me falta.

 

 

 

TERCERA VOZ:

 

Ella es una pequeña isla, adormecida y tranquila,

 

y yo soy un barco blanco que hace sonar su sirena: adiós, adiós.

 

El día es esplendoroso. Es muy triste.

 

Las flores de este cuarto son rojas y tropicales.

 

Han vivido detrás de un cristal toda la vida, han sido cuidadas con ternura.

 

Ahora se enfrentan a un invierno de sábanas blancas, rostros blancos.

 

Hay muy poco que meter en mi maleta.

 

La ropa de una mujer gorda a quien no conozco.

 

Mi peine y mi cepillo. Hay un vacío.

 

Soy tan vulnerable de repente,

 

una herida marchándose del hospital.

 

Una herida a la que dejan ir.

 

Dejo mi salud atrás. Dejo a alguien

 

que se adhería a mí: desato sus dedos como si fuesen vendas: me voy.

 

 

 

SEGUNDA VOZ:

 

Vuelvo a ser la de siempre. No quedan cabos sueltos.

 

Desangrada, blanca como la cera, no tengo ataduras.

 

Soy plana y virginal, como si nada hubiese ocurrido,

 

nada que no pueda ser borrado, rasgado, tachado, recomenzado.

 

Estas pequeñas ramas negras en mis piernas no piensan en florecer,

 

ni estos secos, secos surcos sueñan con la lluvia.

 

Esta mujer que me encuentra en las ventanas es pulcra.

 

Tan pulcra que es transparente, como un espíritu.

 

Qué tímidamente superpone su pulcritud

 

al infierno de naranjas africanas y cerdos colgados.

 

Cede ante la realidad.

 

Es yo. Es yo:

 

saboreando la amargura entre mis dientes.

 

La incalculable malignidad de lo cotidiano.

 

 

 

PRIMERA VOZ:

 

¿Durante cuánto tiempo puedo ser un muro que protege del viento?

 

¿Durante cuánto tiempo puedo

 

atenuar el sol con la sombra de mi mano,

 

interceptar los rayos azules de una fría luna?

 

Las voces de la soledad, las voces de la pena

 

golpean mi espalda inevitablemente.

 

¿Cómo podrá dulcificarlas esta pequeña canción de cuna?

 

¿Durante cuánto tiempo puedo ser un muro alrededor de mi verde propiedad?

 

¿Durante cuánto tiempo pueden mis manos

 

ser una venda para su herida, y mis palabras

 

brillantes pájaros en el cielo, consolando, consolando?

 

Es terrible

 

estar tan abierta: es como si mi corazón

 

se colocase un rostro y se adentrara en el mundo.

 

 

 

TERCERA VOZ:

 

Hoy la primavera hace que los institutos estén ebrios.

 

Mi vestido negro es un pequeño funeral:

 

muestra que estoy seria.

 

Los libros que llevo se clavan en mi costado.

 

Tuve una vez una vieja herida, pero ya ha cicatrizado.

 

Soñé con una isla, roja de gritos.

 

Era un sueño, y no significaba nada.

 

 

 

PRIMERA VOZ:

 

Fuera de la casa el alba florece en el gran olmo.

 

Los vencejos han vuelto. Chillan como petardos.

 

Oigo el sonido de las horas

 

extenderse y morir en los setos. Oigo el mugido de las vacas.

 

Los colores se vuelven plenos, y la húmeda barda

 

humea al sol.

 

En el huerto los narcisos abren sus rostros blancos.

 

Me tranquilizo. Me tranquilizo.

 

Estos son los claros y brillantes colores del cuarto de los niños,

 

los patos parlantes, los corderos felices.

 

Soy sencilla otra vez. Creo en milagros.

 

No creo en esos niños terribles

 

que hieren mi sueño con sus ojos blancos, sus manos sin dedos.

 

No son míos. No me pertenecen.

 

Meditaré acerca de la normalidad.

 

Meditaré acerca de mi pequeño hijo.

 

No camina. No dice una palabra.

 

Todavía está envuelto en una faja blanca.

 

Pero es rosado y perfecto. Sonríe tan a menudo.

 

He empapelado su habitación con grandes rosas,

 

he pintado pequeños corazones por todas partes.

 

No quiero que sea excepcional.

 

La excepción atrae al demonio.

 

La excepción asciende la colina de la aflicción

 

o se sienta en el desierto y hiere el corazón de su madre.

 

Quiero que sea común y corriente,

 

que me ame como yo lo amo

 

y que se una a lo que desee y donde quiera.

 

 

 

TERCERA VOZ:

 

Caluroso mediodía en los prados. Los ranúnculos

 

se sofocan y ablandan, y los amantes

 

pasan de largo, pasan de largo.

 

Negros y planos como sombras.

 

¡Es tan maravilloso no tener ataduras!

 

Soy solitaria como la hierba. ¿Qué es lo que echo de menos?

 

¿Lo encontraré alguna vez, lo que quiera que sea?

 

Los cisnes se han ido. Apacible el río

 

recuerda qué blancos eran.

 

Se afana en pos de ellos con sus luces.

 

Encuentra sus formas en una nube.

 

¿Qué es ese pájaro que llora

 

con tanto dolor en su voz?

 

Soy joven como siempre, dice. ¿Qué es lo que echo de menos?

 

 

 

SEGUNDA VOZ:

 

Estoy en casa a la luz de una lámpara. Las tardes se prolongan.

 

Zurzo una enagua de seda: mi esposo lee.

 

Cuán maravillosamente la luz abarca estas cosas.

 

Hay una especie de humo en el aire de la primavera,

 

un humo que se apodera de los parques, de las pequeñas estatuas

 

arrebolándolas, como si una ternura despertase,

 

una ternura que no cansa, reparadora.

 

Espero y sufro. Creo que estoy siendo curada.

 

Todavía queda mucho por hacer. Mis manos

 

pueden coser primorosamente el encaje sobre esta tela. Mi esposo

 

puede volver y volver las páginas de un libro.

 

Y así estamos juntos en casa, hasta muy tarde.

 

Es sólo tiempo que pesa sobre nuestras manos.

 

Es sólo tiempo, y no es material.

 

Las calles pueden transformarse súbitamente en papel, pero yo me recupero

 

de la larga caída, y me encuentro en la cama,

 

a salvo sobre el colchón, las manos juntas, como dispuestas para un salto.

 

Me reencuentro otra vez. No soy una sombra.

 

Aun cuando de mis pies surge una sombra. Soy una esposa.

 

La ciudad espera y sufre. La hierba

 

estalla entre las piedras, y está verde de vida.

 

 

 

Sinopsis

 

"Tres Mujeres" es un poema dramático que presenta tres voces femeninas distintas, cada una de las cuales representa diferentes aspectos de la experiencia de ser mujer y de la maternidad:

 

Primera Voz: Representa a una mujer que está dando a luz. A través de su voz, se explora la experiencia de la fertilidad, el embarazo y el acto de dar a luz. Su tono es paciente y resignado, con un sentido de aceptación sobre la inevitabilidad de lo que sucede dentro de ella.

 

Segunda Voz: Personifica a una mujer que ha sufrido un aborto espontáneo. Su voz está llena de dolor, desilusión y una sensación de vacío. Reflexiona sobre la muerte, la pérdida y la deshumanización que siente en un entorno insensible.

 

Tercera Voz: Encarna a una mujer que ha dado a su hijo en adopción. Esta voz está marcada por la separación y el sacrificio, y lucha con la culpa y la pérdida de su hijo, a pesar de haber tomado la decisión de darlo en adopción.

 

 

 

Comentario

 

El poema "Tres Mujeres" es un retrato profundo y conmovedor de las complejidades emocionales y psicológicas de la maternidad desde tres perspectivas distintas. Sylvia Plath utiliza estas tres voces para explorar temas universales de la feminidad, incluyendo la fertilidad, la pérdida y el sacrificio.

 

Cada voz es distinta y se expresa a través de una combinación de metáforas vívidas y simbolismo que reflejan sus respectivas experiencias y estados emocionales. Plath logra capturar la profunda alienación y el dolor asociado con la pérdida y la separación, así como la resignación y aceptación del proceso natural del nacimiento.

 

El escenario de la maternidad actúa como un telón de fondo simbólico para estas experiencias, subrayando las expectativas y presiones sociales sobre las mujeres en relación con la maternidad y la reproducción. El uso de la poesía dramática permite a Plath dar voz a estas experiencias de una manera que es tanto íntima como universal.

 

 

 

 

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SYLVIA PLATH (Boston, EE.UU., 1932 - Londres, Reino Unido, 1963). Fue una escritora estadounidense especialmente conocida como poetisa, aunque también es autora de obras en prosa, como una novela semiautobiográfica, La campana de cristal (bajo el seudónimo de Victoria Lucas), y relatos y ensayos. Junto con Anne Sexton, Plath es reconocida como uno de las principales cultivadoras del género de la poesía confesional iniciado por Robert Lowell y W. D. Snodgrass.

 

Estuvo casada con el escritor Ted Hughes, quien tras su muerte se encargó de la edición de su poesía completa.

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Crédito de copyright: Sylvia Plath
Reseña y comentario: Javier Amable

 

SYLVIA PLATH (Boston, EE.UU., 1932 - Londres, Reino Unido, 1963). Fue una escritora estadounidense especialmente conocida como poetisa, aunque también es autora de obras en prosa, como una novela semiautobiográfica, La campana de cristal (bajo el seudónimo de Victoria Lucas), y relatos y ensayos. Junto con Anne Sexton, Plath es reconocida como uno de las principales cultivadoras del género de la poesía confesional iniciado por Robert Lowell y W. D. Snodgrass. 

Estuvo casada con el escritor Ted Hughes, quien tras su muerte se encargó de la edición de su poesía completa.

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